jueves, enero 26, 2006

TARJETAS MARCADAS



La automatización en las bibliotecas ha reportado una gran ayuda para los bibliotecarios, sin embargo todavía existen algunas bibliotecas que poseen un valiosa herramienta que no ha dejado su lucha de lado, me refiero al catálogo en tarjetas. Básicamente éstos todavía existen en las áreas de procesamiento técnico, como por ejemplo: el catálogo general de las obras, el catálogo topográfico, los catálogos que intentan normalizar las series y editoriales, los catálogos de autoridad de materia e incluso los de autoridad de autor, algunos kardex, etc.

Se han desatado polémicas aguerridas en torno a la desaparición de los catálogos, incluso se ha llegado a no alimentarlos más – total, que se queden así al fin que ya tenemos el sistema automatizado- y en algunas otras ocasiones he sabido que las áreas de adquisiciones han desechado completamente sus controles de números de adquisición.

No intento con este comentario valorar la pertinencia y la necesidad de confrontar las ventajas que reporta un sistema automatizado, lo que busco con esta reflexión es pues, acercar recuerdos imborrables de cuando se tenían que alimentar los catálogos públicos con las tarjetas de autor, título y temas. Y hay algo que quiero compartir con ustedes, la presencia de las tarjetas en un catálogo.

Algunas bibliotecas, como en la que me encuentro laborando, en el área de procesos técnicos, todavía conservamos los catálogos: General (que, en teoría, reúne todos los títulos que existen en la biblioteca); el Catálogo topográfico (que nos ayuda mucho para ajustar la clasificación ya que el sistema ALEPH no tiene hasta el momento esa función); el catálogo de autoridad de materia (que por cierto, se encuentra en automatización con el formato MARC 21 para Datos de Autoridad y se sigue alimentando tanto éste como el del sistema); y el catálogo de series y editoriales (ya no se alimenta pero nos sirve de guía para el intrincado mosaico que nos ofrece el mundo editorial entre series y colecciones y etcéteras); y finalmente un catálogo que pertenece al área de adquisiciones el cual se encuentra ordenado progresivamente por número de adquisición.

Dentro del proceso de automatización del catálogo de autoridad de materia se han establecido procedimientos y políticas de acuerdo a MARC 21 y ALEPH como por ejemplo para la revisión de los temas se establecieron marcas especiales para que los temas revisados sean capturados dentro de la Base . Recientemente me he percatado que algunos catalogadores hacen ciertas marcas, marcas muy personales, con lápiz, poniendo papelitos de colores en las tarjetas, con marcadores, etc., etc.

Me he dado a la tarea, algunas veces, de descifrar algunas claves que ignoro cuando una tarjeta se encuentra marcada. Y hasta he llegado a descubrir que un catálogo que no tiene sus tarjetas marcadas es como un libro nuevo nunca se ha leído. Me gustan las tarjetas marcadas y ¿a tí?

¿En tus catálogos has encontrado “tarjetas marcadas”?

martes, enero 24, 2006

Mis libros, mis hermanos


La biblioteca del hombre feliz
por Vicente Quirarte

Desde que tuvimos uso de razón nuestra casa estuvo habitada por libros. Eran nuestros hermanos, pero entonces no lo sabíamos. Más bien nuestros hermanastros, porque recibían mayores mimos y cuidados de los que mi padre tenía con nosotros. Algunas fotografías de aquella era remota muestran el único lujo de nuestra modesta vivienda en el corazón de la Lagunilla: el generoso librero de caoba que guardaba los Balzac al lado de Justo Sierra, los Baudelaire junto a los Carlos Pereyra que mi padre adquiría con pasión bibliómana y bibliófila. Para él, un libro era un significante y un significado, un continente y un contenido. Libro sin encuadernar no es libro, afirmaba con Vasconcelos, y dedicaba su sueldo de talabartero y profesor a engalanar a sus hijos predilectos. Luego fue la época de fervor hacia la reforma y la intervención francesa: se dedicó a adquirir primeras ediciones de la gran década nacional, tanto en sus fuentes nacionales como extranjeras. Unos llegaban vestidos en sus encuadernaciones originales; otros ingresaban maltrechos y heroicos como el ejército liberal, forjado al compás de la lucha, y mi padre se encargaba de restaurarlos con un amor que compensaba a su impaciencia.
Mi madre era su mejor aliada, y aunque los libros estaban hasta en la cocina, jamás protestó contra la invasión de esos bastardos. Para colmo de males, mis hermanos y yo engrosamos sus filas cuando llegábamos con nuevos habitantes a la casa, luego de nuestras excursiones en librerías de la Avenida Hidalgo: humildes ediciones de Julio Verne y Conan Doyle en papel ácido —mejor si eran usados— y que a nosotros nos parecían tesoros. Mis primos nos preguntaban, desconcertados ante nuestra alegría: “¿Para qué compraron tantos libros? ¿Se los pidieron en la escuela?” Mis hermanos y yo conservamos algunos de esos primeros compañeros de viaje, que se convertirían en permanentes. Si bien eliminamos nuestros originales y humildes paper-backs olientes a humedad e infectados seguramente por todos los parásitos del mundo, nos fuimos volviendo selectivos. Descubrimos en las Lomas de Chapultepec un curioso lugar llamado Caza-Libros, cuyo fondo se enriquecía con donaciones de estadounidenses avecindados en México. Debido a tal circunstancia, los precios eran irrisorios, y como adolescentes podíamos conseguir primeras ediciones de Henry James o una de Malcolm Lowry anotada por su igualmente etílico dueño anterior. O aquella edición de Edgar Allan Poe, de 1927, dedicada por sucesivas personas a sus afortunados poseedores.
Cuando nos mudamos a la colonia Roma, lo hicimos ya no con una sino con varias bibliotecas. Cada uno de nosotros llevaba sus libros, como los huesos de los Amadises. Como la casa exigiera reparaciones mayores y habíamos ingresado a la preparatoria, la autoridad paterna decretó: “De hoy en adelante no les compro ni un par de calcetines. Pero pueden firmar todos los libros que quieran en Porrúa”. Ese fue el inicio del trato y la amistad con el entonces joven y ya sabio José Antonio Pérez Porrúa que, como todo librero que se respete, atendía a los clientes tras el mostrador, al igual que el resto de la infantería. Con el paso de los años, me doy cuenta de que aquellas visitas en que mis amigos me orientaban y me seducían con nuevos libros, fueron el último vestigio de las tertulias que hicieron de las librerías sitios de reunión y mentideros políticos. También me he enterado de que Joaquín González Casanova fue aún más privilegiado: tuvo acceso a los lugares ocultos donde se hallaban rarezas bibliográficas.
Mi padre me enseñó a amar los libros no sólo por sus contenidos sino por sus acabados. Gracias a él supe lo que eran las familias tipográficas, el relieve de la impresión en linotipo, las bondades de la interlínea, las tramas del papel, las marcas de agua. Era capaz de adquirir un libro aunque estuviera en un idioma que él no leyera, sólo debido a su belleza. Alguna vez lo sorprendí, en compañía de un amigo, acariciando con los ojos cerrados las formas de Marylin Monroe en una edición alemana, cosa que no permitía la española que tenían al lado. La edición, se entiende. Gracias a ese fervor, pudo lograr que los libros dedicados a la muerte de Benito Juárez, en 1972, preparados por la Gran Comisión de la Cámara de Diputados, tuvieran un papel pesado, una encuadernación austera pero digna y unos márgenes generosos que hacen de la lectura un doble placer.
Sucedía también que a veces yo llegaba mi cuarto y, al buscar un libro, no lo hallaba en su sitio. Tenía que ir a la biblioteca de mi padre a rescatarlo, a veces con verdadera audacia y sin que se diera cuenta. En venganza, él hacía lo mismo, o entraba en mi habitación a pasar revista de los libros suyos que yo había tomado. Algunas de esas expropiaciones temporales se volvían permanentes. Mi padre murió el 13 de marzo de 1980. Era enemigo de deshacerse de sus libros, pero había logrado vender a un precio adecuado una edición en cuatro tomos del Émile de Rousseau. La cantidad que recibió fue la misma, peso por peso, que sirvió para pagar su funeral. Como todo académico que se respete, fue víctima de los libreros de usado. En una ocasión le dijo al célebre don Ubaldo, cabeza de una estirpe aún hoy, por fortuna, en actividad: “Ahora sí me lo agarré. Este libro cuesta mucho más.” Imperturbable y sonriente, don Ubaldo respondió: “Vaya una, don Martín, por todas las demás veces en que me lo he fregado.”
Tarde o temprano, el libro se rebela contra quien cree ser su poseedor. No hay bibliófilo que no se queje de los demasiados libros que dice Gabriel Zaid, ya no los escritos sino aquellos a los que uno tiene la obligación de dar casa, comida y sustento. Tras la muerte de mi padre vino el sismo del 85. La zona alrededor de nuestra casa era la devastación completa y tuvimos que dejarla temporalmente, al igual que otros romanos. Los libros se convirtieron en una carga y, aunque no lo confesáramos abiertamente, mi madre y mis hermanos llegamos a pensar en donarlos o venderlos.
Por fortuna, fuimos iluminados por el espíritu de la reforma y tuvimos el instinto para recordar a Melchor Ocampo. A punto de ser fusilado por una guerrilla conservadora en su hacienda de Pomoca, hizo testamento, en el cual estipulaba que sus libros deberían ingresar al colegio de San Nicolás Hidalgo, pero que sus amigos selectos podían hacer un previo escrutinio para llevarse los que más les gustaran. De común acuerdo, así lo hemos venido haciendo con la biblioteca de Martín Quirarte. Un libro encuentra, tarde o temprano, a su verdadero dueño, y así hemos ido repartiendo aquellos libros que, anotados minuciosamente por mi padre, encuadernados con grandes sacrificios, llegan a nuevas generaciones de lectores, inclusive a los enemigos naturales del libro y los amantes de la fotocopia y la información bajada de la red. No siempre fue un hombre feliz pero lo era cuando tuvo la biblioteca que soñó desde joven, pero también porque siempre supo compartirla con sus alumnos. No sólo consultaban los libros en nuestra casa, sino tenían el privilegio del préstamo a domicilio. Sobre todo las alumnas. Cuando murió, los devotos y auténticos intentaron devolverlos. Los pícaros, más inteligentes, conservaron su herencia. A todos los alcanza la convicción de que la biblioteca del hombre feliz es, como la del redimido gigante egoísta de Oscar Wilde, aquélla que no poseemos ni nos posee, sino la que nos hace libres, la que al repartirse no se mutila sino se nutre en los otros y conserva el entusiasmo y la alegría de su dueño original.

jueves, enero 19, 2006

Cómo contagiar el placer de leer: 11 consejos



por: Luis Olivera


1. Lean libros con frecuencia delante de sus hijos y que se note que los aprecian. Los egipcios decían: “Ama los libros como amas a tu madre”. Y, vayan haciendo una biblioteca familiar, en un sitio accesible de la casa. Pérez-Reverte, hablando de sus primeras lecturas, decía: “Tuve la suerte de crecer con libros cerca; sólo tenía que acercarme a las estanterías y cogerlos”. Que sea una biblioteca sin llaves, accesible a todos. Serán muy escasos los libros que unos padres pueden leer y sus hijos todavía no.

2.- Compren libros habitualmente, pero bien seleccionados: son el alimento de la inteligencia y, por ello, hay que garantizar que la mercancía es de excelente calidad. En el cerebro, cualquier virus se reproduce inmediatamente. Hay tanto que leer y tan poco tiempo en la vida para hacerlo, que merece la pena afinar la puntería y leer sólo lo mejor.

3.- Que siempre haya un libro para cada hijo entre los regalos de Reyes y del santo y cumpleaños. Animen a sus hijos a que tengan la ilusión de hacerse su pequeña biblioteca de libros infantiles.

4.- Léanles a sus hijos, al menos 15 minutos cada día: les aclararán dudas de palabras nuevas, expresiones hechas, refranes, dichos y, a la vez, les harán ver qué conductas están bien y cuáles van contra su dignidad de personas. Luis Vives recomendaba a uno de sus discípulos: “Procura que no pase un solo día sin leer y escribir algo”. Paco Abril se pregunta: “¿En cuántos hogares se les cuentan cuentos a los niños? En muy pocos. Los niños a los que se les leen cuentos, descubrirán que las historias que les conmueven y apasionan, están en los libros”.

5. Hagan que sus hijos lean delante de Uds.: les enseñarán a pronunciar bien las palabras, hacer las pausas debidas y leer con el ritmo correcto. Después, pregúntenles si han entendido lo que han leído, para aclarar conceptos y enriquecer su vocabulario.

6.- Dediquen algún tiempo del fin de semana a leer en familia alguna obra maestra de la literatura y a debatir después sobre lo leído.

7.- Contraten videos basados en buenas obras literarias para, después, animarles a leerlas. Sólo de las obras de Shakespeare se han filmado 336 películas.

8.- Infórmense bien de los cuentos, libros, cómics adecuados a la edad de cada uno de sus hijos, para acertar en la elección y lograr que se interesen por cultivar esta afición en el futuro.

9.- A la misma edad, la madurez de cada hijo es distinta. Un libro adecuado para uno no lo será para otro. Hay que distinguir entre niños y niñas, no por machismo, sino porque tienen sensibilidades diferentes.

10.- Moverse sobre un plano inclinado, para no llegar al empacho, sin forzarles los gustos, para evitar posibles rechazos. Las colecciones de ‘comics’ bien elegidas, pueden aficionar. Poco a poco se aumenta la dosis, hasta llegar a la universidad habiendo leído a los clásicos. Como decía un viejo profesor de literatura, “en los clásicos están todas las miserias humanas, pero bien resueltas”.

11.- Si ven algún hijo suyo adolescente con un libro poco aconsejable, no lo pueden dejar pasar por alto. Albino Luciani dice: “En los libros de hoy, cuesta trabajo encontrar gentiles doncellas, alegres y sentimentales, pero pudorosas y reservadas. (..) Tus heroínas, (Walter Scott), tienen sentimientos delicados y se sonrojan con facilidad; las protagonistas de hoy no se sonrojan jamás: fuman, beben, ríen a carcajadas y no son más que un fenómeno biológico o una diversión. El matrimonio no es nunca el desenlace normal de una novela. Con frecuencia (las jóvenes), además de corrompidas, son cínicas y sanguinarias”.

martes, enero 17, 2006

Los Libros colgantes de Jorge Volpi


Este post se dividirá en dos partes, y espero no cansar mucho a mis amables lectores con el mismo tema de la construcción de la "megabiblioteca", sin embargo vale la pena leer la opinión de Jorge Volpi

Jorge Volpi escribe:

Esta mañana he visitado el sitio donde se construye la nueva Biblioteca Pública de México José Vasconcelos, uno de los proyectos culturales más ambiciosos —y polémicos— de la administración de Vicente Fox.

Desde que se anunció el concurso arquitectónico a comienzos del sexenio, decenas de críticos se lanzaron a descalificarlo, bien porque consideraban que su ubicación resultaba inconveniente —en la zona norte de la ciudad de México, lejos de cualquier otro recinto cultural— o bien porque les parecía más necesario modernizar y dotar de libros el sistema nacional de bibliotecas existente en vez de crear una nueva.

La desconfianza hacia el gobierno de Fox no daba para menos: sus constantes y famosos yerros —José Luis Borgues es el clásico— y su desprecio hacia la lectura y la cultura en general, aunada a la falta de experiencia de Sari Bermúdez, la presidenta del CONACULTA (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes), hacían creer que la “megabiblioteca”, como comenzó a llamársele, podría convertirse en un desastre, un elefante blanco abandonado en una tierra de nadie, un galerón desprovisto de libros y de lectores erigido con la faraónica ansia de monumentalidad de los presidentes priistas (y de los presidentes franceses).

No obstante, pese a todos los prejuicios en contra, el proyecto del joven arquitecto mexicano Alberto Kalach y su equipo podría convertirse en uno de los grandes —y escasos— logros culturales del sistema. Conceptualmente, esta “Biblioteca y Jardín Botánico”, como Kalach denomina a su propuesta, resulta sumamente atractiva, no sólo por la vinculación natural entre los libros y los árboles, sino por la creación de un espacio que aspira en verdad a volverse público: se trata de un largo edificio —Kalach lo denomina “arca”—, casi completamente cubierto de cristales, enmarcado en una enorme área verde que le sirve de sustento y de paisaje.

El entramado entre el parque y la lectura, tan natural para muchos pero casi imposible de practicar en una urbe tan contaminada y ruidosa como la nuestra, se convierte así en una realidad posible. Porque la Biblioteca de Kalach no sólo aspira a ser un refugio en medio de la mancha urbana, sino una especie de activador de los depauperados alrededores de la colonia Guerrero y de la avenida de los Insurgentes. Con el tiempo se espera recuperar, tanto desde un punto de vista arquitectónico como ecológico, toda esta zona.Sin embargo, lo más impresionante del conjunto es el arca misma: se trata de un gigantesco librero de acero rodeado por luminosas salas de lectura. La idea resulta tan simple como efectiva: en vez de colocar los libreros junto a las ventanas, como en la Biblioteca Nacional de Francia —otro proyecto nacido de una decisión unilateral—, aquí las estanterías se concentran en medio del edificio, colgando del techo y volviendo transparente la relación entre los usuarios y los libros.

Al momento de iniciarse su construcción, numerosos analistas señalaron que México ya contaba con una Biblioteca Nacional, la que se encuentra en el Centro Cultural Universitario de la UNAM, y que hubiese resultado más práctico dotarla con un mayor número de volúmenes, pero no cabe duda de que la José Vasconcelos es una biblioteca con características muy distintas: su modelo no sería la BNF, sino la Biblioteca Pública de Información del Centro Pompidou: una biblioteca dirigida al público en general, con estanterías abiertas y espacios propios para los jóvenes y los niños.Más allá de las críticas a otros aspectos de su gestión, creo que la insistencia de Sari Bermúdez de construir esta nueva Biblioteca Pública de México José Vasconcelos contribuirá más que ninguna otra acción de este gobierno a promover la lectura y a convertirla en parte de la vida cotidiana de los habitantes de la ciudad de México.

Esperemos que dentro de unos meses podamos verla funcionar con sus primeros miles de volúmenes y sus 15 mil usuarios al día.

lunes, enero 16, 2006

ELOGIO DE LA LECTURA


Leer un libro es volver a nacer.

Es el camino para apropiarnos de un mundo y de una visión del hombre que, a partir de ese momento, entran a formar partede nuestro ser. Una lectura disfrutada con riqueza y plenitud, es la conquista más plena que puede hacer un hombre en su vida.

Hay una condición esencial que hará que este regalo de los dioses sea para siempre. La lectura debe causarnos placer .

Un placer que venga de los más hondo del alma y que ha de quedarse allí intacto y disponible.

Esto nos llevará a otro de los dones que concede la lectura y es la relectura. Así, volver a leer un libro tendrá siempre una condición reveladora y es ésta : a cada lectura el libro se nos va a presentar con un nuevo rostro, con nuevos mensajes, con otros ángulos para percibir el mundo y los seres que lo pueblan .
Suele hablarse en estos tiempos de la desaparición del libro por obra de tecnologías aparentemente inevitables. Grave error el pensar así .

El libro acompañará al hombre hasta su último día sobre la tierra. Sencillamente porque ha sido la más alta representación de la presencia del hombre en el universo.

...Cuidemos el libro, amemos el libro, en el libro se esconden las más secretas claves de nuestro paso por la tierra, el más absoluto testimonio de nuestra esencia como hombres . El libro es el mensajero de un más allá cuyo rostro no acabamos de percibir.
Álvaro Mutis

miércoles, enero 11, 2006

Decálogo de todo buen Bibliotecario


Por: Umberto Eco

Esta es una version ironica del Decálogo de todo buen Bibliotecario que sería una verdadera pesadilla cumplir al pie de la letra, sin embargo es realidad en algunas bibliotecas mexicanas.

PREMISA : La finalidad de una biblioteca es custodiar los libros e impedir que resulten dañados. Una manera eficaz de conseguir este resultado es imposibilitar que los lectores los toquen; la segunda, y más perfecta, es impedir que lleguen a conocer su existencia. Para ello cabe hacer lo siguiente :
Complicar al máximo los catálogos
.

1. Separar premeditadamente los catálogos de autores de los de materias y revistas, disponiéndolos incluso en salas diferentes.
Si es posible puede tenerse, por cada catálogo, uno distinto para las adquisiciones anteriores ( hasta 1960 ). Las adquisiciones posteriores se tendrán en una lista aparte, absolutamente inaccesible. La grafía y redacción de los nombres de los autores han de variar de catálogo en catálogo. Por ejemplo "Chzikovskij" en el moderno y "Tschaikowsky" en el antiguo. El alfabético de materias debe estar redactado según decisión propia del bibliotecario, siguiendo sus peculiares intereses privados.
Se debe prohibir que los editores sugieran en la contraportada una relación de los encabezamientos de materia bajo los que el libro debiera ser clasificado.

2. La signatura debe ser totalmente intranscribible y con muchas siglas, algunas de las cuales deben parecer irrelevantes. Procurar que la papeleta de petición esté redactada de forma imperfecta, de modo que le pueda ser devuelta al lector, obligándole a rehacerla de nuevo.

3. El tiempo transcurrido entre la petición y la recepción del libro debe ser muy largo. Las papeletas deben introducirse en una especie de rueda de la fortuna y desaparecer por los subterráneos. Allí serán atendidas de manera arbitraria por subalternos minusválidos. Sería de agradecer alguna extremidad artificial o, mejor, una manga sujeta con un imperdible a la espalda. El subalterno ideal es el que lleva un solo libro en cada viaje. En cualquier caso, es necesario que este subalterno sea completamente incapaz, de modo que al subirse a las escaleras para alcanzar las estanterías más altas consiga precipitar trágicamente decenas de libros al suelo.

4. Nunca se ha de prestar más de un libro. No debe permitirse que el lector entre en la biblioteca con un libro propio para compararlo con el prestado por la biblioteca. Toda comparación es siempre odiosa. Actuar de modo que los libros solicitados no lleguen jamás a ser llevados a la sala de lectura.

5. Esforzarse por conseguir una ausencia total de fotocopiadoras. Si ya hubiese, que sean pocas, preferentemente, sólo una, no utilizable por el lector, que se fotocopien pocas páginas, a precio muy caro, después de una larga cola y entregando las fotocopias al día siguiente.

6. El préstamo de los libros para fuera de la biblioteca debe variarse sistemáticamente de modo que frustre cualquier intento. Conseguir que el préstamo interbibliotecario sea utópico. Impedir que el lector llegue a tener el más mínimo conocimiento de los catálogos de otras bibliotecas.

7. Los horarios de apertura deben coincidir completamente con los horarios laborales ( para conseguirlo, hablar con los sindicatos ); sobre todo merece la pena conseguir que las bibliotecas estén cerradas a la hora de comer, por la noche, los sábados y las fiestas de guardar. Hacer lo posible para que, en su tiempo libre, el usuario no se canse leyendo y se dedique al deporte.
No debe ser posible que el lector pueda reconfortarse con un pequeño refresco en el interior de la biblioteca : el que quiera un café debe salir y al salir devolver todos los libros prestados, de manera que al regresar tenga que repetir todo el proceso de petición.

8. No debe ser posible encontrarse el mismo libro al día siguiente. Ha de ser imposible saber quién lo tiene prestado en ese momento.

NORMA DORADA : El lector no debe tener acceso, bajo ningún concepto, a las estanterías.

NORMA ADICIONAL : El objetivo primordial es conseguir que la biblioteca permanezca completamente cerrada la mayor parte del año por orden gubernativa.