Extravíos
Por Gabriel Zaid
Mi biblioteca está formada de libros que pienso leer. Los libros que ya leí o que ya no leí (después de un tiempo razonable) los regalo. Por eso he tenido muchas bibliotecas, y en realidad ninguna. Tengo una colección cambiante de esperanzas de lectura.Hay quienes sueñan con tener detrás una biblioteca impresionante, para fotografiarse, para las visitas, para que se defiendan (o peleen) las viudas y los hijos.
Hay quienes sueñan con estar de vuelta de haber leído todo, o cuando menos las lecturas obligadas. Más de uno ha fantaseado con algún nuevo método, que permita ponerse los libros sobre la cabeza, para absorberlos por trasmisión directa al cerebro. Quizá algún día los libros se puedan inyectar. No estaría mal, para volver innatas las tablas de multiplicar, el directorio telefónico, las fechas históricas, los diccionarios, los idiomas, los clásicos, los autores de moda, los trofeos que demuestran que uno ha viajado.
Pero yo sueño con viajar.Mi sueño es desmesurado. Tener todo el tiempo del mundo para leer sin que me interrumpan. Viajar sin fin por la biblioteca de Babel. Perderme entre las selvas de libros y más libros como palmeras, como oleajes, como pájaros. Aventurarme en la maleza de párrafos interminables con garabatos espinosos, el piquete feroz de alguna errata, la resina de tintas olorosas en el guayabo del saber, el rumor atrayente de un argumento que no se sabe a dónde va, que desemboca en la felicidad de una playa inesperada. Alcanzar las sirenas dichosas en lo suyo, que sin embargo cantan para mí. Olvidarme, dejando mi cuidado entre los líquenes indescifrables
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