lunes, febrero 12, 2007

Un amigo imperioso e inevitable: el libro


Desde que Gutemberg inventó los tipos y se generalizó la impresión de textos, el libro ha acompañado al hombre a través de los tiempos y contribuido a hacerlo más capaz en sus diversos oficios o profesiones. Con el desarrollo de la tecnología y la era de Internet, no falta quien han pronosticado el fin de los libros impresos para ceder paso a la red de redes donde puede encontrarse cualquier información sin moverse de la casa y en poco tiempo.

Sin embargo, otros asiduos lectores y catedráticos han expuesto sus razones por las que consideran que los documentos en línea pueden ser un complemento pero nunca sustituir a las bibliotecas tradicionales.

Mark Y. Herring, decano de Servicios Bibliotecarios en una Universidad de Carolina del Sur, ha dado a conocer lo que podría ser su tesis en defensa de esos archivos literarios.


Entre los 10 argumentos más sólidos destaca la necesidad de pagar grandes sumas por la suscripción a bases de datos, revistas profesionales y otros recursos en formato electrónico disponibles por medio de la Red. La Internet es como una inmensa biblioteca sin catalogar y los motores de búsqueda, ni organizan la colección virtual, ni seleccionan, ni dan todo acerca de un tema en específico.

Otro aspecto en el que sacan ventaja las obras llevadas al papel es el relativo a la calidad, pues en las bibliotecas virtuales suelen aparecer, junto al material científico, médico e histórico, otros nada fiables, sin el debido control.

También ha quedado destruido el mito de que los materiales electrónicos pueden ser más accesibles, pues estos en muchos casos requieren de una licencia previa, además siempre llevarán como premisa una notable inversión de medios técnicos.

Como si estos argumentos fueron insuficientes, aun queda el hecho de que un libro impreso puede acompañarnos a cualquier parte, viajar en nuestro equipaje de mano, seguirnos al parque o a la cama, sin dejarnos la fatiga visual o el dolor de cabeza que produce una larga permanencia frente a un texto digital.

Tampoco a través de la Red pueden consultarse obras raras o materiales valiosos, que pocas veces son digitalizados por el alto costo que generaría dicha acción, ni siquiera puede garantizarse el acceso de todos los estudiantes a los textos electrónicos, y siempre quedará la incertidumbre de que un fallo en el suministro eléctrico nos prive del placer de leer.

sábado, enero 13, 2007

Papeleta por libro leído o dinero por libro leido



Prohibidas las p..."
Por: Héctor Abad F.*

Se dice que Mark Twain fue el primer escritor que usó la máquina de escribir para redactar una novela, Huckleberry Finn, hace ya más de un siglo. También se dice que en Colombia fue Gabriel García Márquez, con su capacidad de acomodarse a los nuevos tiempos, el primer escritor que le presentó a una editorial, hace unos veinte años, el manuscrito de una novela suya en un disquette de computador. Leyenda o realidad, Gabo y Twain figuran como pioneros de la máquina de escribir y del procesador de palabras, que ambos usan o usaron con sus dos dedos de chuzógrafos.

Pero el mismo García Márquez, ahora, y no por mérito propio, sino probablemente por codicia de su agente o de sus editores, acaba de establecer el triste récord de ser el primer escritor colombiano que pretende ponerle un peaje pecuniario al préstamo de un libro suyo en las bibliotecas públicas. En adelante, dice en un colofón al copyright de su Memoria de mis putas tristes, las bibliotecas no podrán prestar este libro a sus usuarios sin reconocer una cifra por derechos de autor. La nota, literalmente, dice así: "queda prohibida la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos". Hace unos días, cuando Jorge Orlando Melo, el director de la Biblioteca Luis Ángel Arango, la más importante de Colombia, lanzó públicamente la pregunta de si su biblioteca debía atenerse o no a ese colofón, o si podía seguir prestando libremente el libro de García Márquez sin violar la ley, se armó un gran alboroto en el país.

Según el director de la Oficina Derechos de Autor de Colombia, Fernando Zapata, un funcionario del Estado, "la legislación colombiana no permite el uso de los libros en las bibliotecas y el préstamo público no autorizado viola los derechos de autor. Sólo los autores pueden autorizar o prohibir el uso, gratuito o pagado, de sus libros, salvo en los casos en los que la ley señale una excepción expresa a este derecho del autor. Esta excepción no existe en las leyes colombianas a favor del préstamo de los libros en las bibliotecas y por lo tanto no hay ninguna norma que permita a las bibliotecas prestar los libros sin autorización del autor o del titular del derecho".

Si se cumpliera lo que dice este funcionario, escribió Melo, sería "imposible la existencia real de las bibliotecas. Antes de comprar libros que no estén en dominio público, deberíamos averiguar con cada autor o editor si quiere o no que su libro se lea, lo que constituye una gestión tan costosa que probablemente sólo se conseguirían los libros de aquellas editoriales que declaren públicamente que autorizan la lectura de todos sus libros. Esto sería aplicable sólo a los libros publicados por editores activos, pues aclarar quién puede dar la autorización para autores muertos hace cuarenta o sesenta años sería de una dificultad inmensa, una verdadera prueba diabólica"

Como la absoluta novedad, y el escándalo, se habían originado en la nota a la edición de las Putas tristes, los periodistas corrieron a informarse con Carmen Balcells y con Gabriel García Márquez. La primera dijo que esa anotación se ponía para otros países, pero que no se aplicaba a Colombia; García Márquez dijo que él no se encargaba de revisar el copyright, y que en todo caso él estaba del lado de los lectores.

Parece ser, en todo caso, que este gran enredo tropical tiene que ver con una norma de la Unión Europea, la Directiva 92/100/CE, por la cual se pretende que los usuarios de bibliotecas públicas (en especial para quienes piden en préstamo cds de música o películas en dvd) paguen por cada vez que quieran sacar estos productos. Aunque el interés inicial era proteger a compositores, cantantes y productores de películas, poco a poco se está imponiendo la tesis de que también los lectores de libros deberían pagar por cada vez que piden una obra en préstamo. O si no los lectores, que las bibliotecas paguen un precio distinto por los libros que compran, mayor al que pagan en las librerías los lectores particulares.

Al parecer así ha empezado a hacerse en algunas bibliotecas alemanas, lo cual tiene al menos una consecuencia inmediata: las bibliotecas compran menos libros, y se privilegian, también allí, los best-sellers.

En Colombia, como suele suceder en estos territorios donde "la ley se acata pero no se cumple", las bibliotecas, después de un titubeo brevísimo, siguen prestando las Putas tristes y todos los libros viejos o nuevos que los lectores quieran leer, sin restricción alguna. Pero en España y otros países de la Comunidad Europea parece que el asunto, hacia el futuro, no es tan claro. El mercado, se supone, debe entrar también en las bibliotecas públicas, y bajo el supuesto de que se hace para proteger la propiedad intelectual de los artistas, y su actividad no asalariada, editoriales y casas disqueras impulsan una normativa que obligue al pago por el préstamo público de los libros.


Si esto llega a pasar en las bibliotecas, llegará también el día, entonces, en que cada libro traerá instalado un chip que podrá identificar las letras que nuestros ojos recorran, y por cada línea o palabra recorrida, el chip transmitirá una pequeña suma que se irá acumulando en nuestra tarjeta de crédito, de modo que nos llegue una cuenta total de lectura a fin de mes. Incluso si le prestamos el libro a un hijo o a un amigo, si ese libro está a nombre nuestro, cada vez que alguien lo lea (así sea al escondido), nuestra cuenta por lectura subirá. Y si releemos algún párrafo, a pagar otra vez.

Creíamos que ese tiempo, tan típico de nuestra adolescencia y de los años de formación, en que leíamos gratis y por el puro placer de sentir o de aprender o de gozar, duraría para siempre. Qué va. Cuando hasta en las bibliotecas públicas se huele un negocio, debemos prepararnos para pagar cada vez que queramos leer.

*(Tomado de Letras Libres)

jueves, enero 11, 2007

Una guía de libros fabulosos *


Todo autor sueña con escribir un libro memorable, uno que resulte incólume al paso de las generaciones y los avatares literarios. Muy pocos son ... los que lo han logrado –quizás aquéllos que no se atrevieron ni siquiera a soñarlo. Muchos más son los lectores ávidos de leer un libro inolvidable, un libro que los libere de una búsqueda, acaso inconsciente, en pos del libro definitivo, después del cual toda palabra escrita resulte prescindible.

Para regozo de los últimos y escarnio de los primeros, propongo aquí una lista de los únicos libros que, por resultar prototípicos, satisfacen ambos anhelos.

El libro vacío
Existen numerosos ejemplos de libros publicados con todas las páginas en blanco. Entre ellos, vale la pena mencionar Los ensayos sobre el silencio, de Elbert Hubbard y Serpientes de Hawai: Guía completa, ilustrada y documentada de las especies exóticas originarias del quincuagésimo estado de la Unión, de V. Ralph Knight Jr., reimpreso en The Nothing Book (1974). El panfleto protestante de Robert Filliuo ¿Qué se precisa para perderse? y el célebre Todo lo que sé de las mujeres, de autor cobardemente anónimo y traducido a más de siete lenguas, merecen una mención aparte. Quizás resultara conveniente añadir a esta lista los tres libros más delgados del mundo, según Johannes Gross, a saber: el de la cocina israelí, el de las leyendas heroicas italianas y el del humor suizo. Todos ellos, sin embargo, fallan en el intento de alcanzar la perfección del vacío absoluto, pues no sólo llevan el título en la portada, sino que, en una de sus páginas, se encuentra asentado el pie de imprenta, que canónicamente prohibe la reproducción total de la obra y, ¡ay, lo ilimitado de la vanidad humana!, también la parcial.

El libro asesino
En El nombre de la rosa, primera novela policíaca de carácter metafísico, ubicada en la Italia oscurantista, Umberto Eco engendra un libro que mata a quien lo lee. Las páginas de ese libro se encuentran impregnadas con un veneno letal y están tan resecas que el infortunado lector no tiene más remedio que humedecerse con la lengua la punta del dedo para poder ojearlo. De ese modo, cuantas más páginas lee, más rápida y atroz es su muerte. El libro en cuestión es el imaginario libro perdido de Aristóteles sobre la comedia, en el que, fábula Eco, la risa sería elevada al rango de don divino, un atributo que le permitiría al hombre trascender su bestialidad y acercarse a Dios. Jorge de Burgos, el monje responsable del envenenamiento de las páginas, contra argumenta, con irreprochable celo escolástico, que la risa es una de las expresiones más patéticas de la debilidad de la carne, más propia de un demonio que de Dios, y sostiene la lúgubre opinión de que la melancolía es el estado natural de las criaturas nacidas con el estigma congénito del pecado original. La vida humana, confabula, no sería otra cosa que un mero calvario destinado a expiar en abonos de sufrimiento esa culpa primordial y, por lo tanto, despoblada de gozos. Para respaldar su posición nos recuerda algo que los Evangelios no dejan de subrayar, aunque sea por omisión: que Jesús de Nazareth nunca rió.

El libro ilegible
En la contraportada del primer volumen de sus Escritos, Jacques Lacan, el trágico psicoanalista francés, advierte al incauto lector que los textos que componen esa obra fueron escritos para no ser leídos. De esta obra extraemos algunos ejemplos al azar. A propósito de “La carta robada”, de Edgar Allan Poe, Lacan dice, en la titánica traducción del maestro Tomás Segovia: “Y por eso, sin haber tenido la necesidad, como tampoco, comprensiblemente, la ocasión de escuchar en las puertas del profesor Freud, irá derecho allí donde yace y se aloja lo que ese cuerpo está hecho para esconder, en alguna hermosa mitad por la que la mirada se desliza, o incluso en ese lugar llamado por los seductores del castillo de Santangelo en la inocente ilusión con que se aseguran de que con él tienen en su mano a la Ciudad” (Escritos i, p. 29). En otro pasaje leemos: “Interroguemos a ese gozo precario por estar suspendido en el Otro de un eco que sólo suscita a condición de abolirlo a medida que lo suscita, para alcanzar lo intolerable. ¿No nos parece finalmente exaltarse únicamente ante sí mismos a la manera de otra, horrible verdad? (Escritos ii, p. 751). Sabemos que Nora Joyce solía decir con tierna impaciencia a su marido: “Pero James, ¿por qué no escribes libros que la gente pueda leer?”, sólo que en el caso de Lacan, la “inextricabilidad” no es una mera cuestión de estilo, sino que deriva, con axiomático rigor, de postular que el inconsciente está estructurado como un lenguaje puro, de perfección matemática, razón por la cual el sentido del que solemos dotar a nuestras construcciones lingüísticas, aunque a veces fallemos (como, por ejemplo, en esta oración), sólo pueden corromperlo. Por esa razón, convoca Lacan, es necesario dirigirse a él en su propio lenguaje, libre de sentido. Los arduos textos lacanianos, diríamos, no es que no puedan leerse, sino que, muy por el contrario, sólo pueden leerse.

El libro perpetuo
En su narración “El libro de arena”, Borges concibe un libro cuya ubicua página central se desdobla en inacabables páginas, independientemente del sentido en que se lo lea. Esa imaginación tiene la virtud de servir de puente, infinito si se quiere, entre la física y la metafísica, ya que ese libro interminable es a la vez una ilustración palpable de la definición que da Einstein del universo, a saber, infinito pero no ilimitado y, además, una variante etérea de la célebre paradoja de Zenón sobre Aquiles y la tortuga, con la singularidad de que en este caso no se trata de un atleta corriendo desaforadamente detrás del ecuánime reptil, sino de un lector condenado a ojear las inagotables páginas sin alcanzar jamás a pasar de la mitad, y ni siquiera llegar a ella. Pero quizás el mayor mérito del libro perpetuo de Borges sea que nos ayuda a dar una respuesta definitiva al cuestionario de Proust en lo que respecta al libro que llevaríamos a una isla desierta.

El libro absoluto
Cuenta la leyenda que cuando las huestes del califa Omar i llegaron a la Biblioteca de Alejandría, ya dos veces incendiada anteriormente, éste, antes de ordenar prenderle el fuego definitivo, profirió: “Si en los libros que están aquí consta algo diferente a lo que dice el Corán, entonces son heréticos y merecen ser destruidos; mas si dicen lo mismo, son superfluos y merecen asimismo ser quemados”. La misma lógica inquisidora fue seguida por aquellos que se dejaron inspirar por la Biblia, también conocida como Libro de los Libros, y, de hecho, nada hay de perverso en tal proceder, pues tanto los sacrificios como los crímenes cometidos en nombre de una Verdad irreprochable se encuentran ya contenidos en el axioma de un libro absoluto, y son, por así decirlo, un imperativo irresistible.

El libro imposible
Cuando, en 1903, Bertrand Russell escribió a Frege para comunicarle que su noción de conjunto de todos los conjuntos que no son elementos de sí mismos, de la cual su catálogo de todos los catálogos que no se incluyen a sí mismos era una ilustración, resultaba contradictoria, desencadenó una crisis filosófica de la que la lógica, y con ella el pensamiento todo, todavía no ha logrado recuperarse (hay quienes, poco a poco, van perdiendo la esperanza de que algún día lo haga). El razonamiento de Russell partía de considerar que, antaño, cuando los volúmenes de una biblioteca todavía obraban en un catálogo, había dos clases de catálogo, en los que, de acuerdo al prurito del bibliotecario, a) sólo constaban los libros de la biblioteca, y b) constaba además el catálogo mismo. A la sazón, Russell propone inventariar los catálogos de todas las bibliotecas del mundo en los que sólo se encuentran los libros pero no los catálogos que los compendian. Se trata de un grupo de catálogos elaborados por bibliotecarios poco concienzudos, a los que les falta uno de los volúmenes que reposan en los anaqueles de la biblioteca –el catálogo mismo. Russell se deleita preguntando si ese catálogo de todos los catálogos incompletos también obraría en su listado. Si se lo incluye, colige, entonces deja de ser incompleto porque se contiene a sí mismo y, por lo tanto, no debe ser inventariado. Pero si no lo incluimos, entonces es uno de esos catálogos deficitarios que, de acuerdo a la definición, debe ser incluido. Ahora, si se lo incluye... etc. Ese círculo vicioso, típico de las paradojas autorreferenciales, da por resultado que ese catálogo de catálogos que no se incluyen a sí mismos sea un libro imposible en sentido formal, ya que la definición lógica de la imposibilidad reza: A^ ~ A, es decir, A es y no es. Con la formulación del teorema de Gödel, por la que su autor debió pagar el caro precio de la locura, quedó para siempre demostrado que la contradicción, es decir, lo imposible, es íntima parte de la verdad (Wittgenstein, en sus Observaciones filosóficas, intuye que una afirmación imposible, por ejemplo: “llueve y no llueve”, contiene el mayor grado de verdad y es, por lo tanto, todopoderosa). Hay otros libros que podrían considerarse asimismo imposibles, como The mind´s I, de Douglas Richard Hofstadter y Daniel Dennett, cuyo subtítulo reza O por qué usted no podrá seguir siendo el mismo si no lee este libro, o Márgenes de la filosofía, de Jacques Derrida, cuyas notas a pie de página afirman lo contrario de lo que se afirma en el cuerpo del texto, y, a veces, malévolamente, también lo mismo. A esa serie podría añadirse también Tres pruebas de la existencia de Dios, seguidas de dos refutaciones y un empate, así como el Manual del perfecto autodidacta, que aún quedan por escribir.
Existen otros libros paradigmáticos, como, por ejemplo, el libro agujereado de la película Lucía y el sexo, el libro relativista, que Lawrence Durrell nos brinda en El cuarteto de Alejandría, o el libro de Möbius, que Michael Ende perpetrara al escribir, a dos tintas, La historia interminable. Y, por supuesto el libro definitivo, a saber, la Guía de libros fabulosos, de próxima aparición. ~


* Guía de libros fabulosos
por Salomón Derreza

publicado en Letras Libres

martes, enero 02, 2007

El Nuevo Año


Queridos Bati Lectores :
Recibamos el año que principia con alegria y esperanza.
Y no olviden devolver sus libros en prestamo para evitar
multas en la Biblioteca.
¡ FELICIDADES !

viernes, diciembre 22, 2006

Atracción fatal*

Otra vez lo he vuelto a hacer. Tengo que confesar que no puedo resistirme a ello. Es una fuerza que me arrastra con una intensidad que paraliza mis sentidos y no me deja pensar ni ver más allá.

A lo largo de mi vida he estado expuesta a ello siempre por propia voluntad, pero podía controlar mis instintos. Dominaba mi cuerpo y mi mente, era capaz de dar órdenes concisas a mi cerebro y de decir "basta".

Con el paso de los años lo que inicialmente era una tentación ocasional digamos que se ha convertido en un deseo irrefrenable, y ahora no tengo mas remedio que confesar que soy adicta a ello.

Si, sucumbo a sus encantos con una rendición total, pierdo la noción del tiempo y hasta me causa un placer cada vez mas intenso hacerlo. Incluso robo tiempo a mis obligaciones para buscar con ansias desesperadas el objeto de mi secreta pasión, que no es otra que la de poseerlo, devorarlo con avidez, recreándome en los momentos mas sutiles y dejándome llevar de manera incontrolada en el corto espacio que sé que me llevara hasta el final.
Me estoy refiriendo, como no podía ser de otra manera, a mi relación con la lectura y esos lugares para mis paradisíacos que son las librerías.


Sin duda alguna, lo que me llevaría a una isla desierta (pregunta harto insinuada por alguien en algún momento de nuestras vidas) son libros... muchos libros. Libros que me transportan en el tiempo, que me hacen vivir en otras personas y que siempre, siempre son fieles amigos que están a tu lado cuando los necesitas.

La palabra escrita, cuando no burda, siempre me ha merecido respeto y admiración, pese a que con todo esto de la era cibernáutica ya no necesitemos el soporte que hasta ahora era el papel. Aunque personalmente pienso que nada puede equipararse al placer que produce el pasar las páginas una a una para ir adentrándose en una trama cada vez más interesante, devorando las letras y deleitándonos con ello.

Si tuviera que catalogar algo como "pecado" sin duda alguna sería abrir un libro por la última página para ver como acaba antes de empezarlo. Y si además tuviera en mis manos el poder de elegir cual hubiera sido la "tentación" que nos expulso del paraíso cambiaría la manzana con la que Eva tentó a Adán por... un libro.
Dedicado al amigo que hoy se quedó esperándome diez minutos después de la hora convenida por que no fui capaz de salir de la librería adonde entré para hacer tiempo, dado que llegue diez minutos antes… de la hora


* Tomado de: Las Manzanas de Eva (Blog)

martes, diciembre 19, 2006

Libros Libres




Se trata de liberar libros, según existen reglas para ello, sin embargo jamás me he encontrado uno. Sería interesante ver cómo funciona este programa:



Checa los links siguientes:

Libros libres: http://www.libroslibres.com.mx/libros.htm

Bookcrossing:
http://www.bookcrossing.com/

viernes, diciembre 15, 2006

Por fín

¡ Llegaron las vacaciones !