martes, septiembre 13, 2005

¿Cómo leo?


por Julieta Fierro

Leo mal, pero me encanta.Me costó muchísimo trabajo aprender a leer. Cuando finalmente lo hice caí en la cuenta de que es una de las cosas más extraordinarias de la vida, que permite viajar por los multiversos del conocimiento.
(El tecnicismo viene de la palabra que se usa ahora en cosmología para referirse no sólo al universo del que forma parte la Tierra y por supuesto nosotros, sino al conjunto de universos que existen de manera paralela al nuestro que evolucionaron antes y lo harán en el futuro.)
Regresando a la lectura, como para mí fue un esfuerzo enorme iniciarme en las letras, me doy cuenta de que se les puede dificultar a otras personas, por eso me preocupa tanto que en el sistema escolarizado no siempre se enseñe a leer con paciencia, tomando en cuenta las dificultades del otro y sobre todo procurando que sea de manera placentera.
Pienso que existen maneras de enseñar a leer para el disfrute y el acceso a la cultura por toda la vida, en varios idiomas a la vez; es cuestión de entrenar a los maestros, proporcionarles suficientes materiales didácticos, eliminarles burocracias innecesarias y pagarles bien. Por supuesto también sería necesario hacer una reforma educativa donde se ponga menos énfasis a la información y más en la formación.¿Cómo leo ahora?: acostada. Me gusta ponerme en la cama con dos almohadas en la espalda y una sobre la panza (que ha crecido tanto que tal vez en el futuro ya no sea necesaria la prótesis de plumas).
Tengo una lámpara en el buró y por fortuna todavía no necesito lentes para leer, así que me acomodo muy bien. La almohada de la panza es para sostener el libro a la altura justa y para darme calorcito. Cuando la lectura es apasionante, si me canso de esa posición me coloco boca abajo, o me voy a la sala y me siento en la mecedora, o sobre un sillón, recostada, subiendo las piernas en el respaldo. Si es día de leer me pongo la pijama, si hace frío agrego calcetines, bata y una cobija.No escribo sobre mis libros, siento que los daño. No me gusta leer donde hay ruido, por eso pienso que las bibliotecas públicas deben contar con cubículos para la lectura individual. También procuro escribir cédulas museográficas cortas y con letra grande, porque me desagrada leer entre bullicio y de pie.A la hora de decidir qué leer, me debato entre múltiples antojos y obligaciones. Procuro alternar.
Estoy suscrita a dos periódicos, La Jornada y Reforma (de éste leo la sección cultural). Recibo Letras Libres y varias revistas de divulgación de la ciencia, las que más me gustan son Scientific American y Science News. Me doy cuenta de que invariablemente voy postergando los textos que tengo que leer por obligación. El género que más disfruto es el de la novela, alterno textos en inglés, francés y español. Procuro comprar y leer los libros de los premios Nobel para tener una visión más integral de la literatura mundial (no digo universal por aquello de que algún día espero que descubramos extraterrestres alfabetos). También me agradan los relatos históricos y, por supuesto, la ciencia.Compro muchos más libros de los que puedo leer, así que tengo libreros llenos de tentaciones. He procurado acomodar los libros en orden alfabético. Un día, por darle una sorpresa a un enamorado, saqué cientos y los puse verticales, en fila, decoré todo con velas y flores, para que tirara uno y se cayeran todos los demás, uno tras otro.
Fue muy bonito, pero como hubo que desordenarlos para que funcionara el espectáculo, así los guardé. Ahora mis libros están en orden experimental o de pasión, como se quiera ver. Después de leer Memoria de mis putas tristes, de Gabriel García Márquez, llegué a la conclusión de que debo ordenar mis libros conforme los he leído, pues esta organización ofrece la gran ventaja de recordarme mi propia vida, porque los libros lo siguen a uno y comparten nuestra evolución. Me desagrada mucho prestar un libro y que no me lo devuelvan, porque me gusta admirar mis ejemplares aunque sepa que no tendré tiempo de volverlos a leer.
Me encantan los libreros hermosos, rebosantes. Me fastidia que me entreguen un libro dañado, siento que es como si me lastimaran a mí. Si me prestan un libro y por alguna razón se maltrata, procuro comprar uno nuevo y devolver éste.Cada uno de mis libros tiene un ex libris con mi nombre: Julieta, el año de adquisición y, por supuesto, el nombre de quien me lo regaló. También tiene su separador: me gustan los del museo Metropolitano, Tane, los de flores, y los de arte.Me gusta ir a las librerías de las grandes ciudades estadounidenses, que cierran hasta muy tarde, y donde hay varios pisos de libros.
En muchas ocasiones he tenido que comprar una maleta adicional para poderlos transportar. Siento mucho que instituciones como la unam no tengan librerías de estas proporciones, donde además haya discos, revistas, sitios agradables y amplios para tomar café, presentar libros y leer, leer y leer. En México suelo ir a las librerías del Fondo de Cultura Económica. No me gusta ir a Gandhi, aunque voy, porque los empleados no siempre son amables. También compro libros en Amazon.
Evito las ferias del libro porque me agobio, aunque asisto con gusto a presentaciones y a impartir conferencias.He regalado muchos libros leídos; los de ciencia a mis alumnos, antes de que se hagan obsoletos, otros a bibliotecas. Por ejemplo, algunas de las novelas que compro durante mis viajes, y que no pienso volver a leer, las dono a la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, pues he oído que no siempre cuenta con suficientes novelas contemporáneas. Compro libros de ciencia para darlos en los programas de radio que conduzco. También obsequio libros a mis empleadas domésticas, así como a sus hijos, nietos y bisnietos. Me gusta regalar libros a quienes quiero con la esperanza de que disfruten las lecturas tanto como yo.