jueves, agosto 04, 2005

Un avión convertido en Biblioteca, o, de cómo Estopa se quedó sin casa



Tlatoani a Torre: Llamando a Torre de Control, el DC-9 Tlatoani pide permiso para aterrizar…
Torre a Tlatoani- Permiso concedido descienda y enfílese hacia la explanada de la Delegación Venustiano Carranza, viento en calma, buenas tardes

Un avión DC9, con más de 60 mil vuelos en su bitácora, emprendió ayer su último y más corto viaje.

El Tlatoani, como fue bautizado hace 35 años, abandonó uno de los hangares del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México sobre su tren de aterrizaje y, remolcado por una grúa llamada “Furia de Titanes”, atravesó las avenidas Fuerza Aérea Mexicana, Ignacio Zaragoza y Francisco del Paso y Troncoso, hasta llegar a la explanada de la delegación Venustiano Carranza, donde a partir del 15 de agosto funcionará como una biblioteca interactiva que incluirá un simulador de vuelo.

El aterrizaje definitivo de la aeronave, modelo McDonnell Douglas DC9-14, que estuvo en operaciones hasta 2000, reviste importancia histórica para esa demarcación. En su territorio se ubica el aeropuerto y el primer vuelo en México fue realizado en 1910 por Alberto Braniff, en lo que entonces se conocía como "los llanos de Balbuena" (en donde hoy se asientan las colonias Jardín Balbuena y Aviación Civil), apenas siete años después del protagonizado por los hermanos Wright en Estados Unidos.

Con sus 22 toneladas de peso, una altura de diez metros y 28 metros de largo, el Tlatoani tardó aproximadamente una hora y media en recorrer, sin incidentes, esa parte del nororiente del Distrito Federal, aunque se podía tardar hasta tres horas.

Sin embargo, debido a que el viaje se inició a las siete de la mañana del domingo, el paso del avión por las principales vialidades de la zona apenas fue presenciado por algunas decenas de automovilistas afectados por los cortes viales hechos a su paso, vendedores ambulantes de la calzada Ignacio Zaragoza, un grupo de maleteros y taxistas de la Terminal de Autobuses para el Oriente (Tapo). Sin alas ni cola, el DC9 fue escoltado por patrullas y motocicletas de la policía capitalina y delante de él avanzaron grúas de Luz y Fuerza del Centro, así como del Servicio de Transportes Eléctricos, cuyos trabajadores juntaban y levantaban con las manos los cables para evitar que la nave se atorara; en tanto, trabajadores de la empresa responsable del traslado aprovecharon la cobertura de la prensa para colocar una manta publicitaria sobre los costados del Tlatoani.

De los 85 pasajeros que la aeronave habitualmente transportaba en cada viaje, ayer sólo llevó un polizonte en su interior al salir de los hangares del aeropuerto: Estopa, una perrita maltés que se alojó en su cabina desde la semana pasada, cuando iniciaron los trabajos para el traslado y a la que trabajadores de la demarcación no quisieron sacar para evitar que fuera sacrificada.

El avión, según explicó la jefa delegacional, Ruth Zavaleta, fue donado hace más de un año por la entonces empresa Aerocaribe, mientras los gastos del traslado y la habilitación de la nave como biblioteca han sido costeados por donaciones, tanto de empresas privadas como instituciones públicas.

Así, por ejemplo, la Secretaría de Educación Pública proporcionará el programa Enciclomedia y mil libros, entre los que se incluye la Historia de la Aeronáutica, a la que será la biblioteca número 26 de la Delegación Venustiano Carranza, mientras que una tienda de muebles donará el equipo de cómputo (se calcula que habrá 40 computadoras) y la empresa Microsoft hará lo propio con la paquetería informática y un simulador de vuelo virtual.

A cambio de los 3 millones de pasajeros que trasladó a diferentes destinos a lo largo de su vida operativa, el Tlatoani estará listo, antes del regreso a clases, para recibir hasta 5 mil niños por día en las primeras dos semanas después de su inauguración, "aunque sólo sea para conocerlo y no se queden, aunque ya luego pensamos que serán 200 por día", según calculó la delegada. Y aunque la entrada y los servicios serán gratuitos, se pedirá a los usuarios que, de manera voluntaria y simbólica, aporten un peso para el mantenimiento del avión y por cada peso donado se buscará que empresas privadas proporcionen dos.

El avión, al que este día se le restituirán las alas y la cola, sólo cambia de funciones y pasajeros, pero el nombre con el que viajó durante tres décadas podrá conservarlo sólo si así lo deciden los habitantes de la Colonia Jardín Balbuena.