martes, agosto 02, 2005

Cuestiones sobre la lectura


Por Vilma Fuentes


Uno de los ejercicios más duros y agradables es, sin duda, el de la lectura. ¿Qué se busca en ella, por qué se lee? Las respuestas son tan variadas como los lectores: hay quien busca simplemente distraerse, quien espera encontrar una idea, otros la utilizan para sumirse en una realidad distinta y tratar de olvidar la suya, algunos porque desean ayudarse a reflexionar, algunos otros, quizá los menos, en busca de un diálogo con el autor, muchas veces muerto siglos atrás.

Este es el caso, en general, de los escritores o de las personas que pretenden escribir. Entre éstos existe también todo género de lecturas: los que leen con el deseo de continuar una reflexión comenzada en otros tiempos y por otros hombres, en otros lugares. Quienes se dejan envolver por el encanto de la narración y emprenden un viaje que vuelven suyo, prosiguiéndolo con su propia escritura. Pero también algunos, en ocasiones admirativos del enigma de la escritura, que leen buscando temas, relatos que repiten, copian, sin conseguir darles un nuevo giro, responder al diálogo propuesto por la lectura.

He conocido algunos cuantos auténticos escritores y siempre me han fascinado sus tan distintas formas de aproximarse a un libro. Observar sus lecturas ha sido y es un aprendizaje.
Cuando he visto, por ejemplo, a escritores como Salvador Elizondo en México o a Jacques Bellefroid en Francia abrir un libro, me percato de que cada uno, a su manera, busca desarmar el mecanismo de la escritura que lee, semejante a un niño que desarma un reloj para observar qué tiene adentro, cómo funciona el mecanismo del diminuto instrumental y, quizás, eso lo lleve a preguntarse qué relación hay entre el movimiento de las manecillas que señalan la hora y el tiempo que parece alargarse o acortarse a su antojo.

Leer es un acto que obliga a pensar. Acto peligroso del que tenemos distintos ejemplos, sea en el contenido del libro, sea por las consecuencias y riesgos de su lectura. En este sentido, el ejercicio de la crítica literaria es fundamental para un escritor: preguntarse por qué lee, por qué pretende escribir, por qué acepta vivir en la soledad y el silencio que requiere la lectura si se aspira a escuchar las voces que brotan de un libro.

¿No es, probablemente, uno de los temas principales del Quijote la crítica literaria y de la lectura? Esta última es peligrosa al extremo de llevar, como todo mundo sabe, a un noble hidalgo de un lugar de la Mancha, lector empedernido de novelas de caballería, a la locura de querer vivir las aventuras de un caballero errante: don Quijote de la Mancha. A través de este personaje, inventado por la pérdida de razón causada por la lectura, Cervantes lleva a cabo una crítica despiadada de los libros de la época, pero no sin un humor cruel que provoca la carcajada y la reflexión a la vez.

Alrededor de tres siglos después, otro escritor, Marcel Proust, realizará una obra crítica del acto de la lectura y de la escritura en su Contre Saint Beuve, así como mediante su monumental obra narrativa: En busca del tiempo perdido. En Proust, como en otros escritores de lengua francesa, el pensamiento filosófico, a diferencia del de los filósofos alemanes, pasa por la narrativa. De ahí los distintos niveles de lectura que se pueden hacer de este autor.

Su obra, cuyo público se extiende cada vez más, ha dado lugar tanto a magníficas reflexiones como a seguidores, imitadores y verdaderos fanáticos. Pero también a una multitud de lecturas equivocadas de su obra, creo yo. Lecturas quizá superficiales, poco atentas, que confunden la reflexión proustiana del tiempo con la simple añoranza de la propia infancia.

Si la escritura puede ser criminal, la lectura puede ser enloquecedora, suicida. Es por ello que, antes de abrir un libro, deba pensarse en los riesgos y peligros a los que uno se expone. He visto imitadores de Proust caer en locuras diferentes: quienes narran, durante libros y libros, sus vidas anodinas en primera persona del singular sintiéndose grandes y serios hombres o mujeres de letras, pero también aquéllos que prefieren sentirse y vivir como personajes proustianos en la actualidad. Igual daba lanzarse a las aventuras de un caballero errante a la manera de don Quijote.