lunes, diciembre 20, 2004

Regale un libro … y también afecto (II)

Ana María Fuster Lavín

El Ensayo sobre la ceguera, de Saramago y El perfume, de Patrick Süskind. Son precisas en su impecable redacción, por si ese desconocido no es un lector voraz. Encierran ese elemento del suspenso y misterio, para decirnos dónde estamos parados, una humanidad sombría, decadente, que no quiere ver más allá del yoísmo. ¿Cuál es la esencia del ser humano? No está en su nombre, en su puesto social, terminamos todos compartiendo las mismas necesidades, utilizando las mismas letrinas, o devorando en este canibalismo social. ¿Quién puede ver? Será quien conserve el amor, la solidaridad, principios sólidos más allá de los impuestos por las instituciones.

Javier Avilés.

Regalaría Cada vez te despides mejor, de José Liboy Erba. Estimulante, bien escrito, casi con olor a Burroughs, que de no gustar de seguro expondrá al lector a una imaginación extrema y lúdica que no se conforma con los límites aparentes de la vida. También, Changing Planes de Ursula K. Leguin, maestra de la ciencia ficción y de la fantasía aquí en un extraordinario divertimento con las mitologías del género fantástico.

Rey Emmanuel Andújar

Regalaría Un mundo para Julius de Alfredo Bryce Echenique. Tiene un no sé qué de infantil y de locura que me atrae mucho.

Juan Carlos Quintero Herencia

Regalar un libro es parte de los escenarios de la amistad, de una intimidad que anhela reencontrarse para conversar sobre lo dado. El que se regala utópicamente abre un espacio para la lectura, una retirada para que el otro vaya a rumiar lo recibido. Regalaría Dirección única de Walter Benjamin. Lo recibiría una criatura transeúnte sin tiempo para saludarme. Como están las cosas en las librerías boricuas, a lo mejor tendría que ser en fotocopias. Es una carta de amor, mapa de fragmentos, notas, extraños aforismos y formas breves, el recorrido por un espacio que algún desconocido puede temer o desear.

Frances Negrón Muntaner

Al no saber si está triste o alegre, soltera o buscando, monolingüe o good with the tongue, me arriesgaría a regalarle I, Carmelita Tropicana de la performera cubanoamericana del mismo nombre. Puede que le seduzca la idea de que la vida es puro teatro como ya había articulado a viva voz esa filósofa del despecho conocida como La Lupe. O que, como afirma Carmelita, tu kunst puede ser tu waffen. Pero se lo recomiendo para saborear esos momentos en que simplemente cambiar una palabra de lugar, suprimir o duplicar una letra, o decir lo que no se supone que se diga, imagina un mundo, si no mejor, exuberante en su diferencia.

Elidio La Torre Lagares

Regalaría Siddhartha, de Hermann Hesse. Es propicia no sólo porque los niveles de su lenguaje son de fácil acceso, sino también porque la trama es una representación sintáctica de la búsqueda por la verdad. Es uno de esos libros que nos hace crecer; que enseñan a vivir, porque no tiene espacio ni tiempo que restrinja su sabiduría. Es la crónica de un viaje de afirmación del sujeto y su autorrealización vigente aún en este mundo donde todo lo que queda son copias de copias de copias.

Hugo Ríos

Los que mejor funcionan como regalo son La tregua de Benedetti y El perfume de Süskind. La tregua tiene esa prosa causal que hipnotiza y ese final rompecorazones perfecto para la Navidad. El perfume, ¿a quién no le gusta una historia de asesinos en el año nuevo? Una vez traté de regalar los de Rushdie y no funcionó.