Un amigo imperioso e inevitable: el libro
Desde que Gutemberg inventó los tipos y se generalizó la impresión de textos, el libro ha acompañado al hombre a través de los tiempos y contribuido a hacerlo más capaz en sus diversos oficios o profesiones. Con el desarrollo de la tecnología y la era de Internet, no falta quien han pronosticado el fin de los libros impresos para ceder paso a la red de redes donde puede encontrarse cualquier información sin moverse de la casa y en poco tiempo.
Sin embargo, otros asiduos lectores y catedráticos han expuesto sus razones por las que consideran que los documentos en línea pueden ser un complemento pero nunca sustituir a las bibliotecas tradicionales.
Mark Y. Herring, decano de Servicios Bibliotecarios en una Universidad de Carolina del Sur, ha dado a conocer lo que podría ser su tesis en defensa de esos archivos literarios.
Entre los 10 argumentos más sólidos destaca la necesidad de pagar grandes sumas por la suscripción a bases de datos, revistas profesionales y otros recursos en formato electrónico disponibles por medio de la Red. La Internet es como una inmensa biblioteca sin catalogar y los motores de búsqueda, ni organizan la colección virtual, ni seleccionan, ni dan todo acerca de un tema en específico.
Otro aspecto en el que sacan ventaja las obras llevadas al papel es el relativo a la calidad, pues en las bibliotecas virtuales suelen aparecer, junto al material científico, médico e histórico, otros nada fiables, sin el debido control.
También ha quedado destruido el mito de que los materiales electrónicos pueden ser más accesibles, pues estos en muchos casos requieren de una licencia previa, además siempre llevarán como premisa una notable inversión de medios técnicos.
Como si estos argumentos fueron insuficientes, aun queda el hecho de que un libro impreso puede acompañarnos a cualquier parte, viajar en nuestro equipaje de mano, seguirnos al parque o a la cama, sin dejarnos la fatiga visual o el dolor de cabeza que produce una larga permanencia frente a un texto digital.
Tampoco a través de la Red pueden consultarse obras raras o materiales valiosos, que pocas veces son digitalizados por el alto costo que generaría dicha acción, ni siquiera puede garantizarse el acceso de todos los estudiantes a los textos electrónicos, y siempre quedará la incertidumbre de que un fallo en el suministro eléctrico nos prive del placer de leer.