martes, febrero 22, 2005

El Código Da Vinci : un enorme éxito editorial : 7,5 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo

¿ Qué misterio se oculta tras la sonrisa de Mona Lisa? Durante siglos, la Iglesia ha conseguido mantener oculta la verdad… hasta ahora.


Dan Brown nació el 22 de junio de 1964 en New Hampshire. Se graduó en la Universidad de Amherst y la Academia Phillips de Exeter, donde dedicó su tiempo como profesor de inglés antes de entregarse por completo a escribir novelas. En 1996, su interés por los códigos y las agencias secretas estatales lo condujeron a escribir su primera novela, La Fortaleza Digital, que se convirtió rápidamente en un bestseller nacional. La novela explora la delgada línea entre el aislamiento civil y la seguridad nacional. Hijo de un reconocido profesor de matemáticas y de una profesional dentro de la música, Dan Brown creció rodeado por las filosofías paradójicas de la ciencia y de la religión. Ambas perspectivas, sirvieron como inspiración para su aclamada segunda novela Ángeles y Demonios. Recientemente, ha iniciado el trabajo sobre una serie de novelas de suspense introduciendo la simbología y a su popular protagonista Robert Langdon, profesor de simbología y de arte religioso en Harvard. Su esposa, Blythe profesioal en historia del arte y pintora, colabora en todas las investigaciones necesarias para el desarrollo de las novelas que escribe su marido, acompañándolo siempre en todos los viajes, el más reciente a París, donde pasaron mucho tiempo en el museo del Louvre recogiendo documentación para incluirla en El Código Da Vinci, el bestseller de los últimos tiempos en Estados Unidos. Sus novelas se han traducido y se han publicado en más de 30 idiomas alrededor del mundo.

En una noticia muy reciente se comenta que algunos expertos intentan separar la realidad de la ficción presentada en el libro de Dan Brown, que dicho sea de paso, ha vendido más de 7,5 millones de ejemplares en todo el mundo. Se habla de un “simulacro de juicio” –que no tendrá veredicto– se lleva a cabo en Vinci, cerca a donde nació Leonardo Da Vinci.
Aunque nadie representará a la parte acusada, se espera que muchos de los seguidores de la novela asistan al evento. La historia de suspenso de "El Código Da Vinci" mezcla el arte histórico con las sociedades secretas, la mitología del Santo Grial, la criptografía y las tradiciones religiosas.

El libro ha sido traducido a 42 idiomas y muchos de los lugares que aparecen en la trama se han convertido en sitios de peregrinación de los lectores.
"Malinterpretado y denigrado" se expresa Alessandro Vezzosi, director del Museo Leonardo Da Vinci, quien comenzó el "juicio" presentando más de 120 fotografías con el objetivo de "negar conexión alguna y revaluar al autor". El director del museo intenta refutar la afirmación hecha en el libro de que la Mona Lisa fue pintada a imagen de Leonardo.
"Hay una gran diferencia entre la nariz, la boca, ojos y expresiones de la Mona Lisa y las de Leonardo". Otras afirmaciones hechas en el libro han generado controversia dentro de la Iglesia Católica, especialmente la que sugiere que Jesús se casó con María Magdalena, con quien engendró descendientes. Hasta ahora se han publicado más de diez libros que intentan desacreditar el contenido histórico y teológico de "El Código Da Vinci", que acusa a la Iglesia de satanizar a las mujeres y esconder la verdad sobre el Santo Grial. Brown no ha respondido a las acusaciones, pero en 2003 sostuvo ante el programa "Today" de la cadena de televisión NBC que el protagonista del libro, Robert Langdon, es ficticio, pero que "todo el arte, arquitectura, rituales secretos, grupos secretos, todo eso es información histórica".

Dan Brown jamás imaginó la ola que se lavantaría al publicar su obra El Código Da Vinci en el mundo editorial, al visitar una librería nos damos cuenta de la creciente cantidad de títulos que han sido publicados y que se relacionan con la temática de la obra de Dan Brown. Batichica se dió a la tarea de recopilar algunos títulos, si tu sabes de algunos más sería un ejercicio interesante que los comentaras…


1. Aradillas, Antonio. 666 preguntas y respuestas sobre el Código Da Vinci (Libro Hobby Club/Océano, 2004)
2. Lunn, Martin. El codigo da vinci descodificado: todos los detalles de la novela mas polémica de los ultimos tiempos, sus protagonistas y el esce nario historico al descubierto (Amat, 2005)
3. Fernández, Lorenzo y Mariano Fernández Urresti. Las Claves del Código Da Vinci : ilustrado (Nowtilus, 2004)
4. Ullate Fabo, José Antonio. La verdad sobre el Código Da Vinci (Libroslibres , 2004)
5. Burstein, Dan. Toda la verdad sobre el Código Da Vinci (Temas de hoy, 2004)
6. Chandelle, Rene. Más allá del Código Da Vinci (Robinbook, 2004)
7. Vicente, Enrique de. Claves ocultas del Código Da Vinci (Plaza & Janes, 2004)
8. Cox, Simon. Diccionario del Código Da Vinci : una guía para descifrar sus claves (Edaf, 2004)
9. Fernández, Lorenzo y Mariano Fernández Urresti. Las Claves del Código Da Vinci (Nowtilus, 2004)
10. VV.AA. La verdad sobre el Código Da Vinci (El arca de papel, 2004)
11. Gutiérrez, Angel y David Zurdo Saiz. El último secreto de Da Vinci : Sindonem : el enigma de la Sábana Santa (Robinbook, ca. 2004)
12. Baigent, Michael y Richard Leigh. El enigma sagrado (Martínez Roca, ca. 2004)
13. Prince, Clive y Lynn Picknett. La revelación de los templarios : guardianes secretos de la verdadera identidad de cristo (Martínez Roca, 2004)
14. Charpentier, Louis. Los misterios templarios (Apóstrofe, 2004)
15. Martínez Otero, Luis Miguel. El Priorato de Sion : los que están detrás (Obelisco, 2004)
16. Starbird, Margaret. María Magdalena y el Santo Grial : la verdad sobre el linaje de cristo (Planeta, 2004)
17. Messadie, Gerald. El complot de María Magdalena (Grijalbo/Mondadori, 2004)
18. Grossman, Lev. El códice secreto (Ediciones B, 2004)
19. Navarro, Julia. La Hermandad de la Sábana Santa (Plaza & Janes, 2004)
20. Caldwell y Thomason. Enigma del cuatro (Roca, 2004)
21. Pearl, Matthew. El club Dante (Seix Barral, 2004)

miércoles, febrero 16, 2005

Los libros y yo

Por Victoria García Jolly [1]



Mi objeto favorito es un libro, y no por ser precisamente una lectora incontenible o una apasionada de la lectura o la investigación, los libros solo me gustan porque son libros. Soy bibliófila por “genética”; digamos que esta condición se la transmitieron mis abuelos – los cuatro- a mis padres, y lo demás es historia.

Crecí entre libros y en casa de mis abuelos maternos todos leían; había libreros por toda la casa, cada quien tenía uno en su cuarto donde guardaba los propios, pero los mejores libros y la colección más abundante estaba en un santuario al que denominamos despacho. Los libros de mi abuelo están ahí, donde además de oler a caoba y tener dos paredes de piso a techo llenas de libros a doble fondo, hay un espectacular techo de madera, vista al jardín y un retrato de mi abuelita a los 18 años que mi abuelo colgó frente al escritorio, imagino románticamente que para descansar entre vueltas de página y finales de capítulo.

Mis abuelos paternos no tenían tantos, pero siempre estaban leyendo. Mi abuelita los hizo encuadernar todos en imitación piel color vino con letras doradas; quedaron tan bonitos que los coloco por todos lados.

La casa de mi infancia era pequeña y los libros se guardaban en un librerito que mi padre hizo bien en colocar dentro de mi cuarto, porque así pude estar al lado de El tesoro de la juventud que fue de mi papá – también encuadernado en guinda. En aquel departamento los libros se apilaban por todos lados: en unas alas horribles pero útiles, que tenían los burós de mis papás, en el baño y unos menos afortunados, en cajas dentro del clóset. En fín, por mi mente infantil nunca pasó la idea de que hubiera casas en donde no había libros y siempre que visitaba una que no los tuviera me preguntaba “y aquí ¿dónde guardarán los libros?

Fue mi mamá quien detonó mi bibliofilia cuando me regaló un paquete con cuatro o cinco libretitas miniatura; todavía conservo una de ellas que forré con papel y plástico y a la cual le transcribí mis lecciones de lectura: “eze ozo ze azea” y “eze dado ze de Aída”, sólo sé que por eso soy medio disléxica y por qué nunca distingo la derecha de la izquierda. No se quien me regaló una reproducción miniatura del periódico La Prensa, que me encantó, alguien más tuvo el tino de darme un librerito miniatura del cual guardo algunos libritos y un amigo, ya en secundaria, me dio otro más.

Todo esto fue el comienzo de una fascinación por el libro que apenas puedo describir. Cuando descubrí que los podía hacer yo misma no me contuve. Empecé a estudiar sobre el libro, la página, el libro objeto; aprendí a encuadernar, por fín supe cómo se hacía para que todas las letras cupieran dentro de un renglón, supe cómo se hace para que una columna quede parejita a ambos lados, aprendí a coser cuadernillos, a trazar cajas tipográficas y a calcular tipografía.

Comparto con Gonzalo Celorio “ el deseo de poseer todos los libros que leía”
[2] y aunque no los lea, los tengo que poseer.

Los libros, además de ser los silenciosos custodios de la poesía, las novelas, la filosofía, la historia, las ciencias y todo el conocimiento, son valiosos por su forma, su papel, su tipografía, sus pastas, sus guardas. Son valiosos porque los podemos llevar, podemos sentir su textura y calcular su peso. Un buen libro cautiva por su tamaño, por sus cabezas y sus lomos. Y si el contenido es bueno, cautiva también nuestra imaginación y nos mantiene pegados a él del prólogo al epílogo, del frontispicio al colofón.

Los hay de todos niveles, desde una elegantísima edición con cantos dorados, pastas de cuero, guardas pintadas a mano, papel biblia y grabados en hoja de oro, hasta las ediciones más rústicas y sencillas, pero todos ellos son herederos de largos años de evolución, de mil esfuerzos que ha realizado el hombre para transmitir a su descendencia el conocimiento adquirido.

Y analizando más profundamente lo que es un libro, recuerdo que Angel Cosmos en su introducción al catálogo de la exposición del Libro objeto por correo del archivero, lo definía de la siguiente manera: “El libro, objeto para leer; objeto, cosa que, incluso pudiera tener forma de libro”

Por su parte Ulises Carrión nos dice: “un libro es un contenedor de textos, un escritor, contrariamente a la opinión popular, no escribe libros, escribe textos”
[3] El que un texto esté contenido en un libro se debe únicamente al trabajo de un editor.

Para mí un libro es una secuencia de hojas de papel impresas o manuscritas que puede contener textos, dibujos o fotografías. Sin importar su contenido o la relevancia de la temática, un libro siempre estará compuesto por una serie de hojas dispuestas una sobre otra, unidas por su extremo izquierdo y forradas parcialmente por una envolvente que hará las veces de forros y portadas.

Cualquier variante, elemento o adorno no modifica su esencia, porque esa forma de reunir información es tan eficiente que nadie, en más de mil años, ha podido superar, ni lo superará.
[4]

Para lograr el advenimiento de un libro se requiere una serie de materiales distintos seleccionados para cumplir una función determinada: el papel formará hojas y éstas páginas, es allí donde quedará la impresión del texto y la imagen. Para su impresión, las páginas se distribuyen –imposición- en pliegos de papel, que posteriormente se doblarán para formar cuadernillos, es decir, un grupo mínimo de cuatro páginas que más tarde se unirá a otros cuadernillos en el momento de la encuadernación. El cartón, la cartulina, la tela o la piel se destinará para forrar las pastas y éstas para proteger las páginas. El forro a su vez, cuenta con tres partes esenciales: portada, lomo y contraportada. La encuadernación es la unión de las páginas y los forros, se puede realizar de modos distintos. Aquí es precisamente donde la variedad materialmente le llega a un libro y por la que podemos obtener uno de concurso o uno más simple.

Sobre la estructura y distribución de la información contenida en un libro y en una página hay mucho que decir, pero el libro como objeto no depende de ellas. Podríamos hablar de la historia del papel, de Gutenberg, de Manuncio, pero todo eso amerita un artículo aparte.

Lo que si hay que reconocer es que gracias al desarrollo de la lengua y la escritura, a la revolución de la imprenta, la tipografía y la tinta, a la invención del papiro, el pergamino y el papel, y sobre todo al ingenio del hombre que dejó de enrollar el conocimiento para hacerlo libro, yo encontré parte de mi esencia y he pasado muchos o miles de buenos momentos comprándolos, diseñándolos, acariciándolos y, a veces, leyéndolos.

1 GARCIA JOLLY, Victoria. “Los libros y yo”. – p. 24-27. En: Algarabía : divertimento, cultura y lenguaje . -- Año 7, no. 15 (sept.-oct. 2004)
[2] CELORIO, Gonzalo. “Mis libros”. – En: Los universitarios. – No. 34 (jul. 2003)
[3] CARRION, Ulises. El arte nuevo de hacer libros. – México : El archivero, 1988.
[4] Nota de Batichica

viernes, febrero 11, 2005

Intralector



Ofrece ser una guía de lectura confiable y útil herramienta de promoción y venta para autores, editoriales y librerías.

En 1996 un grupo de profesionales se reunieron para dedicarse al desarrollo de sistemas de documentos digitales orientados a lograr un uso eficiente y rentable de las tecnologías de la información para construir catálogos y servicios que faciliten la difusión y el comercio de la producción editorial.

En 2004 Intralector y Enlace Global Editores hicieron una alianza estratégica para comercializar los productos desarrollados por Intralector. Además de ofrecer un portal único en México, reseña libros de una muy amplia gama de temas, editoriales, da acceso a páginas de editores en el mundo, establece contacto con los cibernautas interesados en el libro y su industria. Cuenta con una liga para visitar buscadores especializados de libros, etc. Visítenlo, esta es la liga:
http://www.intralector.net/

Atención bibliotecarios, escritores, editores, lectores y a toda aquella persona interesada por la lectura se acerca....


http://feria.mineria.unam.mx/

jueves, febrero 10, 2005

El obscuro oficio del catalogador

"...Y vino a pasar esto cuando Kutta, la asistente de Dios hizo la primera biblioteca, ella observó que era buena. Entonces, llamó a todos los bibliotecarios juntos y los dividió como un pastor divide las ovejas y las cabras. Al primer grupo le habló diciendo: ustedes morarán en la claridad y servirán a los lectores y su gloria será grandiosa. Luego, se volvió al segundo grupo y le habló diciendo: ustedes morarán en la oscuridad. Secreto debe ser su esfuerzo y oculto su trabajo. Ustedes no conocerán al lector ni éste los conocerá a ustedes. Váyanse y clasifiquen... y así ha sido hasta estos días."


Les recomiendo la lectura de este documento que escribió Alice Miranda Arguedas que habla sobre los procesos técnicos del libro y los servicios públicos, es un articulo muy interesante y muy bien estructurado.
http://www.una.ac.cr/bibl/v7n2/art4.html

martes, febrero 08, 2005

Un gran amor hacia el conocimiento, hacia la verdad y hacia la vida: Carl Sagan (1934-1996)


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Cuando nuestros genes no pudieron almacenar toda la información necesaria para la supervivencia, inventamos lentamente los cerebros. Pero luego llegó el momento, hace quizás diez mil años, en el que necesitamos saber más de lo que podía contener adecuadamente un cerebro. De este modo aprendimos a acumular enormes cantidades de información fuera de nuestros cuerpos. Según creemos somos la única especie del planeta que ha inventado una memoria comunal que no está almacenada ni en nuestros genes ni en nuestros cerebros. El almacén de esta memoria se llama biblioteca.

Un libro se hace a partir de un árbol. Es un conjunto de partes planas y flexibles (llamadas todavía "hojas") impresas con signos de pigmentación oscura. Basta echarle un vistazo para oír la voz de otra persona que quizás murió hace miles de años. El autor habla a través de los milenios de modo claro y silencioso dentro de nuestra cabeza, directamente a nosotros. La escritura es quizás el mayor de los inventos humanos, un invento que une personas, ciudadanos de épocas distantes, que nunca se conocieron entre sí. Los libros rompen las ataduras del tiempo, y demuestran que el hombre puede hacer cosas mágicas.

Algunos de los primeros autores escribieron sobre barro. La escritura cuneiforme, el antepasado remoto del alfabeto occidental, se inventó en el Oriente próximo hace unos 5.000 años. Su objetivo era registrar datos: la compra de grano, la venta de terrenos, los triunfos del rey, los estatutos de los sacerdotes, las posiciones de las estrellas, las plegarias a los dioses. Durante miles de años, la escritura se grabó con cincel sobre barro y piedra, se rascó sobre cera, corteza o cuero, se pintó sobre bambú o papiro o seda; pero siempre una copia a la vez y, a excepción de las inscripciones en monumentos, siempre para un público muy reducido. Luego, en China, entre los siglos segundo y sexto se inventó el papel, la tinta y la impresión con bloques tallados de madera, lo que permitía hacer muchas copias de una obra y distribuirla. Para que la idea arraigara en una Europa remota y atrasada se necesitaron mil años. Luego, de repente, se imprimieron libros por todo el mundo. Poco antes de la invención del tipo móvil, hacia 1450 no había más de unas cuantas docenas de miles de libros en toda Europa, todos escritos a mano; tantos como en China en el año 100 a. de C., y una décima parte de los existentes en la gran Biblioteca de Alejandría. Cincuenta años después, hacia 1500, había diez millones de libros impresos. La cultura se había hecho accesible a cualquier persona que pudiese leer. La magia estaba por todas partes.

Más recientemente los libros se han impreso en ediciones masivas y económicas, sobre todo los libros en rústica. Por el precio de una cena modesta uno puede meditar sobre la decadencia y la caída del Imperio romano, sobre el origen de las especies, la interpretación de los sueños, la naturaleza de las cosas. Los libros son como semillas. Pueden estar siglos aletargados y luego florecer en el suelo menos prometedor.

Las grandes bibliotecas del mundo contienen millones de volúmenes, el equivalente a unos 1014 bits de información en palabras, y quizás a 1015 en imágenes. Esto equivale a diez mil veces más información que la de nuestros genes, y unas diez veces más que la de nuestro cerebro.

Si acabo un libro por semana sólo leeré unos pocos miles de libros en toda mi vida, una décima de un uno por ciento del contenido de las mayores bibliotecas de nuestra época. El truco consiste en saber qué libros hay que leer. La información en los libros no está preprogramada en el nacimiento, sino que cambia constantemente, está enmendada por los acontecimientos, adaptada al mundo. Han pasado ya veintitrés siglos desde la fundación de la Biblioteca alejandrina. Si no hubiese libros, ni documentos escritos, pensemos qué prodigioso intervalo de tiempo serían veintitrés siglos.

Con cuatro generaciones por siglo, veintitrés siglos ocupan casi un centenar de generaciones de seres humanos. Si la información se pudiese transmitir únicamente de palabra, de boca en boca, qué poco sabríamos sobre nuestro pasado, qué lento sería nuestro progreso. Todo dependería de los descubrimientos antiguos que hubiesen llegado accidentalmente a nuestros oídos, y de lo exacto que fuese el relato. Podría reverenciarse la información del pasado, pero en sucesivas transmisiones se iría haciendo cada vez más confusa y al final se perdería.

Los libros nos permiten viajar a través del tiempo, explotar la sabiduría de nuestros antepasados. La biblioteca nos conecta con las intuiciones y los conocimientos extraídos penosamente de la naturaleza, de las mayores mentes que hubo jamás, con los mejores maestros, escogidos por todo el planeta y por la totalidad de nuestra historia, a fin de que nos instruyan sin cansarse, y de que nos inspiren para que hagamos nuestra propia contribución al conocimiento colectivo de la especie humana. Las bibliotecas públicas dependen de las contribuciones voluntarias. Creo que la salud de nuestra civilización, nuestro reconocimiento real de la base que sostiene nuestra cultura y nuestra preocupación por el futuro, se pueden poner a prueba por el apoyo que prestemos a nuestras bibliotecas
[1]

La Biblioteca de Alejandría

Fue en Alejandría, durante los seiscientos años que se iniciaron hacia el 300 a. de C., cuando los seres humanos emprendieron, en un sentido básico, la aventura intelectual que nos ha llevado a las orillas del espacio. Pero no queda nada del paisaje y de las sensaciones de aquella gloriosa ciudad de mármol. La opresión y el miedo al saber han arrasado casi todos los recuerdos de la antigua Alejandría. Su población tenía una maravillosa diversidad. Soldados macedonios y más tarde romanos, sacerdotes egipcios, aristócratas griegos, marineros fenicios, mercaderes judíos, visitantes de la India y del África subsahariana —todos ellos, excepto la vasta población de esclavos— vivían juntos en armonía y respeto mutuo durante la mayor parte del período que marca la grandeza de Alejandría.
La ciudad fue fundada por Alejandro Magno y construida por su antigua guardia personal. Alejandro estimuló el respeto por las culturas extrañas y una búsqueda sin prejuicios del conocimiento. Según la tradición —y no nos importa mucho que esto fuera o no cierto— se sumergió debajo del mar Rojo en la primera campana de inmersión del mundo. Animó a sus generales y soldados a que se casaran con mujeres persas e indias. Respetaba los dioses de las demás naciones. Coleccionó formas de vida exóticas, entre ellas un elefante destinado a su maestro Aristóteles. Su ciudad estaba construida a una escala suntuosa, porque tenía que ser el centro mundial del comercio, de la cultura y del saber. Estaba adornada con amplias avenidas de treinta metros de ancho, con una arquitectura y una estatuaria elegante, con la tumba monumental de Alejandro y con un enorme faro, el Faros, una de las siete maravillas del mundo antiguo.
Pero la maravilla mayor de Alejandría era su biblioteca y su correspondiente museo (en sentido literal, una institución dedicada a las especialidades de las Nueve Musas). De esta biblioteca legendaria lo máximo que sobrevive hoy en día es un sótano húmedo y olvidado del Serapeo, el anexo de la biblioteca, primitivamente un templo que fue reconsagrado al conocimiento. Unos pocos estantes enmohecidos pueden ser sus únicos restos físicos. Sin embargo, este lugar fue en su época el cerebro y la gloria de la mayor ciudad del planeta, el primer auténtico instituto de investigación de la historia del mundo. Los eruditos de la biblioteca estudiaban el Cosmos entero. Cosmos es una palabra griega que significa el orden del universo. Es en cierto modo lo opuesto a Caos. Presupone el carácter profundamente interrelacionado de todas las cosas. Inspira admiración ante la intrincada y sutil construcción del universo. Había en la biblioteca una comunidad de eruditos que exploraban la física, la literatura, la medicina, la astronomía, la geografía, la filosofía, las matemáticas, la biología y la ingeniería. La ciencia y la erudición habían llegado a su edad adulta. El genio florecía en aquellas salas. La Biblioteca de Alejandría es el lugar donde los hombres reunieron por primera vez de modo serio y sistemático el conocimiento del mundo.

Además de Eratóstenes, hubo el astrónomo Hiparco, que ordenó el mapa de las constelaciones y estimó el brillo de las estrellas; Euclides, que sistematizó de modo brillante la geometría y que en cierta ocasión dijo a su rey, que luchaba con un difícil problema matemático: "no hay un camino real hacia la geometría"; Dionisio de Tracia, el hombre que definió las partes del discurso y que hizo en el estudio del lenguaje lo que Euclides hizo en la geometría; Herófilo, el fisiólogo que estableció, de modo seguro, que es el cerebro y no el corazón la sede de la inteligencia; Herón de Alejandría, inventor de cajas de engranajes y de aparatos de vapor, y autor de Autómata, la primera obra sobre robots; Apolonio de Pérgamo. el matemático que demostró las formas de las secciones cónicas, elipse, parábola e hipérbola—, las curvas que como sabemos actualmente siguen en sus órbitas los planetas, los cometas y las estrellas; Arquímedes, el mayor genio mecánico hasta Leonardo de Vinci; y el astrónomo y geógrafo Tolomeo, que compiló gran parte de lo que es hoy la seudociencia de la astrología: su universo centrado en la Tierra estuvo en boga durante 1500 años, lo que nos recuerda que la capacidad intelectual no constituye una garantía contra los yerros descomunales. Y entre estos grandes hombres hubo una gran mujer, Hipatia, matemática y astrónoma, la última lumbrera de la biblioteca, cuyo martirio estuvo ligado a la destrucción de la biblioteca siete siglos después de su fundación, historia a la cual volveremos.
Los reyes griegos de Egipto que sucedieron a Alejandro tenían ideas muy serias sobre el saber. Apoyaron durante siglos la investigación y mantuvieron la biblioteca para que ofreciera un ambiente adecuado de trabajo a las mejores mentes de la época. La biblioteca constaba de diez grandes salas de investigación, cada una dedicada a un tema distinto, había fuentes y columnatas jardines botánicos, un zoo, salas de disección, un observatorio, y una gran sala comedor donde se llevaban a cabo con toda libertad las discusiones críticas de las ideas.
El núcleo de la biblioteca era su colección de libros. Los organizadores escudriñaron todas las culturas y lenguajes del mundo. Enviaban agentes al exterior para comprar bibliotecas. Los buques de comercio que arribaban a Alejandría eran registrados por la policía, y no en busca de contrabando, sino de libros. Los rollos eran confiscados, copiados y devueltos luego a sus propietarios. Es difícil de estimar el número preciso de libros, pero parece probable que la biblioteca contuviera medio millón de volúmenes, cada uno de ellos un rollo de papiro escrito a mano. ¿Qué destino tuvieron todos estos libros? La civilización clásica que los creó acabó desintegrándose y la biblioteca fue destruida deliberadamente. Sólo sobrevivió una pequeña fracción de sus obras junto con unos pocos y patéticos fragmentos dispersos. Y qué tentadores son estos restos y fragmentos. Sabemos por ejemplo que en los estantes de la biblioteca había una obra del astrónomo Aristarco de Samos quien sostenía que la Tierra es uno de los planetas, que orbita el Sol como ellos, y que las estrellas están a una enorme distancia de nosotros. Cada una de estas conclusiones es totalmente correcta, pero tuvimos que esperar casi dos mil años para redescubrirlas. Si multiplicamos por cien mil nuestra sensación de privación por la pérdida de esta obra de Aristarco empezaremos a apreciar la grandeza de los logros de la civilización clásica y la tragedia de su destrucción.

Hemos superado en mucho la ciencia que el mundo antiguo conocía, pero hay lagunas irreparables en nuestros conocimientos históricos. Imaginemos los misterios que podríamos resolver sobre nuestro pasado si dispusiéramos de una tarjeta de lector para la Biblioteca de Alejandría. Sabemos que había una historia del mundo en tres volúmenes, perdida actualmente, de un sacerdote babilonio llamado Beroso. El primer volumen se ocupaba del intervalo desde la Creación hasta el Diluvio un período al cual atribuyó una duración de 432.000 años, es decir cien veces más que la cronología del Antiguo Testamento. Me pregunto cuál era su contenido.
Sólo en un punto de la historia pasada hubo la promesa de una civilización científica brillante. Era beneficiaria del Despertar jónico, y tenía su ciudadela en la Biblioteca de Alejandría, donde hace 2.000 años las mejores mentes de la antigüedad establecieron las bases del estudio sistemático de la matemática, la física, la biología, la astronomía, la literatura, la geografía y la medicina. Todavía estamos construyendo sobre estas bases. La Biblioteca fue construida y sostenida por los Tolomeos, los reyes griegos que heredaron la porción egipcia del imperio de Alejandro Magno. Desde la época de su creación en el siglo tercero a. de C. hasta su destrucción siete siglos más tarde, fue el cerebro y el corazón del mundo antiguo.
Alejandría era la capital editorial del planeta. Como es lógico no había entonces prensas de imprimir. Los libros eran caros, cada uno se copiaba a mano. La Biblioteca era depositaria de las copias más exactas del mundo. El arte de la edición crítica se inventó allí. El Antiguo Testamento ha llegado hasta nosotros principalmente a través de las traducciones griegas hechas en la Biblioteca de Alejandría. Los Tolomeos dedicaron gran parte de su enorme riqueza a la adquisición de todos los libros griegos, y de obras de África, Persia, la India, Israel y otras partes del mundo. Tolomeo III Evergetes quiso que Atenas le dejara prestados los manuscritos originales o las copias oficiales de Estado de las grandes tragedias antiguas de Sófocles, Esquilo y Eurípides. Estos libros eran para los atenienses una especie de patrimonio cultural; algo parecido a las copias manuscritas originales y a los primeros folios de Shakespeare en Inglaterra. No estaban muy dispuestos a dejar salir de sus manos ni por un momento aquellos manuscritos. Sólo aceptaron dejar en préstamo las obras cuando Tolomeo hubo garantizado su devolución con un enorme depósito de dinero. Pero Tolomeo valoraba estos rollos más que el oro o la plata. Renunció alegremente al depósito y encerró del mejor modo que pudo los originales en la Biblioteca. Los irritados atenienses tuvieron que contentarse con las copias que Tolomeo, un poco avergonzado, no mucho, les regaló. En raras ocasiones un Estado ha apoyado con tanta avidez la búsqueda del conocimiento. Los Tolomeos no se limitaron a recoger el conocimiento conocido, sino que animaron y financiaron la investigación científica y de este modo generaron nuevos conocimientos. Los resultados fueron asombrosos: Eratóstenes calculó con precisión el tamaño de la Tierra, la cartografió, y afirmó que se podía llegar a la India navegando hacia el oeste desde España. Hiparco anticipó que las estrellas nacen, se desplazan lentamente en el transcurso de los siglos y al final perecen; fue el primero en catalogar las posiciones y magnitudes de las estrellas y en detectar estos cambios. Euclides creó un texto de geometría del cual los hombres aprendieron durante veintitrés siglos, una obra que ayudaría a despertar el interés de la ciencia en Kepler, Newton y Einstein. Galeno escribió obras básicas sobre el arte de curar y la anatomía que dominaron la medicina hasta el Renacimiento. Hubo también, como hemos dicho, muchos más.
Alejandria era la mayor ciudad que el mundo occidental había visto jamás. Gente de todas las naciones llegaban allí para vivir, comerciar, aprender. En un día cualquiera sus puertos estaban atiborrados de mercaderes, estudiosos y turistas. Era una ciudad donde griegos, egipcios, árabes, sirios, hebreos, persas, nubios, fenicios, italianos, galos e íberos intercambiaban mercancías e ideas. Fue probablemente allí donde la palabra cosmopolita consiguió tener un sentido auténtico: ciudadano, no de una sola nación, sino del Cosmos.

Es evidente que allí estaban las semillas del mundo moderno. ¿Qué impidió que arraigaran y florecieran? ¿A qué se debe que Occidente se adormeciera durante mil años de tinieblas hasta que Colón y Copérnico y sus contemporáneos redescubrieron la obra hecha en Alejandría? No puedo daros una respuesta sencilla. Pero lo que sí sé es que no hay noticia en toda la historia de la Biblioteca de que alguno de los ilustres científicos y estudiosos llegara nunca a desafiar seriamente los supuestos políticos, económicos y religiosos de su sociedad. Se puso en duda la permanencia de las estrellas, no la justicia de la esclavitud. La ciencia y la cultura en general estaban reservadas para unos cuantos privilegiados. La vasta población de la ciudad no tenía la menor idea de los grandes descubrimientos que tenían lugar dentro de la Biblioteca. Los nuevos descubrimientos no fueron explicados ni popularizados. La investigación les benefició poco. Los descubrimientos en mecánica y en la tecnología del vapor se aplicaron principalmente a perfeccionar las armas, a estimular la superstición, a divertir a los reyes. Los científicos nunca captaron el potencial de las máquinas para liberar a la gente. Los grandes logros intelectuales de la antigüedad tuvieron pocas aplicaciones prácticas inmediatas. La ciencia no fascinó nunca la imaginación de la multitud. No hubo contrapeso al estancamiento, al pesimismo, a la entrega más abyecta al misticismo. Cuando al final de todo, la chusma se presentó para quemar la Biblioteca no había nadie capaz de detenerla.
[2]

[1] Sagan, Carl, 1934-1996. “La persistencia de la memoria”. – p. 279-282. – En su: Cosmos. – México : Planeta, 1982.
[2] Ibi., p. 18-20, 333-335.

domingo, febrero 06, 2005

Historias de terror I



Aunque es una noticia del pasado, nos recuerda que nos espera en el futuro…

http://www.jornada.unam.mx/2004/may04/040517/016n1pol.php

y también dense un paseito por esta dirección:

http://biblio-info-sociedad.library-blogs.net/read/1049664.htm

jueves, febrero 03, 2005

Un buen lector puede leer más de mil 500 libros en su vida



En su más reciente libro, Leer es un camino, digamos que es una secuela de su libro ¿Qué leen los que no leen? El escritor Juan Domingo Argüelles, Premio de Ensayo Ramón López Velarde, nos narra los retos y pormenores de la lectura.

Argüelles aborda lo que sería el perfil de un lector ideal, como Alfonso Reyes, quien podía leer al menos un libro por semana.

Juan Domingo ata cabos respecto de la capacidad como lector que tuviera don Alfonso. Por medio de las referencias que han quedado de sus virtudes lectoras, se puede inferir la cantidad de textos que acometió este maratonista lector de “ligas mayores”.

Cuenta Argüelles que la intención de Leer es un camino (Paidós 2005), “es mostrar la evidente incongruencia del discurso dominante sobre la lectura; un discurso mediante el cual se propone y aun se prescribe el ejercicio continuo de un placer (leer), para, al final, someterlo invariablemente al apremio de la malhumorada obligación que se angustia más por la cantidad de lo leído (por la cultura acumulativa e informativa más que selectiva y formativa) y por el llamado índice lector, que por contagiar el verdadero gusto de leer”.

Este texto que ahora aparece es la segunda parte del libro ¿Qué leen los que no leen? “Y se complementará —anuncia Juan Domingo— con un tercer volumen que se llame Historias de lectores, que va de alguna forma a contrastar y a confrontar mis reflexiones con los conceptos de lectores plenamente probados, autores que no están iniciándose, sino que son gente que lee”.

Cuando uno califica a un gran lector “estamos hablando de calidad y cantidad. Alguien así no puede leer más allá de un libro por semana”.

Argüelles llega a la conclusión de que Alfonso Reyes “en sus años de vida propiamente de lector, es decir, pensamos en 60-63, porque obviamente si comienza a leer a los ocho o nueve años, se hace propiamente lector profesional posteriormente”. “No podemos sumarle a ese niño un libro por semana ni tampoco al último tramo de su edad cuando ya estaba más cansado”.

Habría que hacer una multiplicación sencilla para saber cuántos libros habrá leído: “Apenas rebasan los tres mil ejemplares. Suponiendo que Reyes fue un lector que no leyó un libro forzosamente cada semana y que algunos los releyó. Hagámosle alguna resta comprensiva de ese ejercicio y veremos que él fue gran lector de mil 500 libros.
Yo pienso que por ahí va la cifra”.

Pero luego aclara que “no todos los lectores son Alfonso Reyes. Este leyó mil 500 libros y en esta cifra obviamente hay un canon de libros fundamentales. Quiero decir con ello que él leyó lo muy esencial y no perdió su tiempo en otras cosas”.

En el caso de los lectores “comunes”, pues igual “podrían leer 300 ó 400 libros. Un lector que a lo largo de su vida ha leído esta cantidad, y que tales textos le hayan sido fundamentales para su experiencia, le hayan dado riqueza a su vida, es un lector que le dio cierto placer a su existencia mediante la lectura”.

Sin embargo, no podemos nosotros creer que la vida sólo será lectura; es decir, está compuesta de lectura y de otros placeres, de otros gustos y otros intereses.


miércoles, febrero 02, 2005

El libro de cocina II


Notas de cocina de Leonardo da Vinci / comp. Jonathan y Shelagh Routh. – Madrid : Temas de hoy, 1999. -- ISBN: 84-7880-833-7

Existen muchas cosas interesantes en el mundo de los libros y esta es una de ellas, espero que lo disfruten.

Notas de cocina de Leonardo da Vinci


Todos sabemos que Leonardo da Vinci fue un gran humanista y un hombre de ciencia. Durante su vida se dedicó a diferentes artes, entre ellas, la más desconocida quizá sea la cocina. En este libro descubrimos su faceta más inédita.

Famoso por pintar "La Mona Lisa" e inventar todo tipo de artilugios, Da Vinci fue además escultor, diseñador e ingeniero. Este polifacético incansable se ganó el reconocimiento y la incomprensión de sus contemporáneos, especialmente por su estilo moderno y renovador, que en la cocina no caló como él esperaba.

Este libro recupera las notas que fue escribiendo durante su estancia en el palacio de su mecenas Ludovico Sforza, gobernador de Milán. En ellas recoge las recetas diseñadas por él, más parecidas a lo que hoy se conoce como nouvelle cuisine que a los grandes banquetes típicos de la época. Pero las destinadas a la Corte no son las únicas fórmulas culinarias que nos dejó, ya que también nos descubre los platos destinados, según sus propias palabras, a los pobres y a las gentes groseras. Una parte muy importante de esta obra está dedicada a los modales en la mesa, algo que en aquella época no se tenía demasiado en cuenta.

Orígenes gastronómicos

Para comprender la vida y el legado de este gran humanista hay que empezar desde el principio. Leonardo nació en 1452 en Vinci, muy cerca de Florencia. Su infancia la pasó entre la casa de su padre, casado con una dama 16 años más joven, y la de su madre, que contrae matrimonio con un repostero sin ningún trabajo, Accatabriga di Piero del Vacca.

Quien le introduce en el saber culinario es el grosero Accatabriga. El gusto por los dulces y la cocina en general le acompañará toda su vida. Desde muy joven, Leonardo descubrió su interés por este efímero arte. De hecho, su carácter fue decisivo en su carrera gastronómica, su inventiva quedó reflejada en las recetas, muy extrañas para la época por la arriesgada combinación de elementos, y su presentación. Empezó en el oficio como jefe de cocina de una taberna Los Tres Caracoles, situada al lado del puente Vecchio de Florencia; aunque después se asoció con el también pintor Sandro Boticelli, en una nueva cantina.

Durante estos años, Da Vinci comienza a escribir sus ideas revolucionarias en cuadernos que siglos después nos descubrirá este interesante libro. Sin embargo, no pudo poner en práctica sus ideas hasta que fue nombrado jefe de maestros de festejos y banquetes de Ludovico Sforza, "El Moro", dueño y señor de Milán. Por aquella época, sus recetas y, posteriormente, sus inventos aplicados a la cocina comenzaron a hacerse famosos.

Cualquier aparato o máquina podía ser empleado para las artes culinarias: asadores automáticos, máquinas de lavar, cascanueces mecánicos, picadoras de carne, cortadoras de vegetales y otros utensilios que no siempre fueron aceptados por sus criados. De su ingenio nacieron ideas tan brillantes como los extractores de humo o los extintores de incendios.

De sus anotaciones saldrá el "Codex Romanoff" que recoge este libro, descubierto tras siglos desaparecido en 1981. En él, fue anotando durante años recetas y comentarios sobre los buenos modales de los comensales. Sin embargo, muchos de estos deliciosos platos no vieron la luz y los buenos modales tampoco fueron muy bien aceptados. Con motivo de la boda de la sobrina de Ludovico, Leonardo presenta a su señor una muestra de menú para la ocasión, que incluye desde una Anchoa enrollada descansando sobre una rebanada de nabo tallada a semejanza de una rana hasta los Testículos de un cordero con crema.

Tanta modernidad y extravagancia asustó al gobernador Ludovico, acostumbrado a comidas donde se servían enormes bandejas de huesos de vaca y otras carnes rojas. Realmente, Ludovico nunca previó, cuando le acogió, las vicisitudes que se le venían encima. Durante años, tuvo que luchar contra el carácter innovador de Da Vinci y mandarle hacer retratos de la corte milanesa para evitarse problemas mayores.

Famosas recetas

Uno de los más célebres cuadros de Leonardo da Vinci fue "La última cena", obra en la que quiso reflejar su gran amor por la cocina. Tal es así, que primero ideó las recetas que aparecen en esta magnífica obra de arte que el cuadro en sí, caso del Puré de nabos con rodajas de anguila. Durante dos largos años y cerca de nueve meses, realizó cientos de bocetos de alimentos, como los Huevos cocidos con rebanadas de zanahoria o el Muslo de focha* con flores de calabacín. Al final, todo ese esfuerzo quedó reducido a una escena en la que aparecen platos bastante sencillos.

Como curiosidad apuntar que a él le debemos, también, la creación de una máquina para cortar espaguetis. Pero no sólo consiguió facilitar el trabajo de los cocineros y de sus pinches con inventos como éste, a lo largo de su vida siempre se afanó por conseguir mejorar las diferentes artes que cultivó, como la cocina.

*focha: Ave gruiforme nadadora de hasta tres decímetros de largo, plumaje negro con reflejos grises , pico y frente blancos, alas anchas, cola corta y redondeada y pies de color verdoso amarillento, con dedos largos y lobulados.



martes, febrero 01, 2005

Ismail Serageldin dice que el libro es 'un invento único' y la historia del bibliocausto.

Los libros son un objeto muy especial, uno de esos inventos únicos, como la cuchara, el martillo o la tijera, que nunca han podido ser mejorados, más allá de que se los haya rediseñado, porque su base sigue siendo la misma. Serageldin le adjudicó a su visión y a la del consejo que dirige la Biblioteca de Alejandría el hecho de que en los últimos años la institución milenaria se haya modernizado con la incorporación de nuevas tecnologías. Muchos se sorprendieron al principio y hablaron de una biblioteca vacía, pero el proyecto actual es mucho más que una biblioteca. Tiene museos, centros de investigación, planetario, exploratorio, galerías de arte y archivo de Internet.

Además, no niego que haya habido censura y presiones para que se mantuvieran fuera de la colección de Alejandría textos que pudiesen considerarse ofensivos hacia el Islam: "Lo único que hacemos es mantener los libros más controvertidos fuera de los estantes abiertos para que no sean dañados por los lectores a los que les resultan hostiles.

El nuevo gran desafío para los bibliotecarios será repensar la organización del conocimiento en función de las nuevas tecnologías (y también tratando de respetar las ideologías), y animarse a cruzar ciertos límites y no esperar contar con la aprobación del departamento legal. Tendrán que negociar con los editores y autores un modo distinto de trabajo en la era digital. El copyright (marca registrada) representa a un modelo de industria que se está quedando obsoleto.

Por otro lado, es inconcebible que se haya permitido, como se permitió, la destrucción de la Biblioteca de Bagdad en medio del conflicto bélico en Irak.

Por eso, porque desastres como esos pueden volver a ocurrir, es tan importante que preservemos nuestra riqueza cultural duplicando de algún modo la información que está en nuestros archivos a través de la digitalización.

…¿será el principio del bibliocausto?



Ahora, una batirecomendación:



Historia universal de la destrucción de libros : de las tablillas sumerias a la guerra de Irak / Fernando Báez. Barcelona : Destino, 2004

El libro que ahora les recomiendo se titula: La Historia universal de la destrucción de los libros, escrito por Fernando Báez. Me encontré con este título y me pareció muy interesante ya que el autor nos envuelve en un relato circular, es decir, empieza en Iraq (cuando era Sumer y Babilonia) y termina en Iraq, que ahora (y como siempre) se encuentra semidestruido. Fernando Báez conoce ese final porque es un experto en historia de las bibliotecas y formó parte de la comisión que estudió y valoró la destrucción del patrimonio iraquí tras la invasión de los últimos dos años.

El 10 de mayo de 2003, Fernando Báez visitó la devastada sede de la Biblioteca Nacional de Bagdad, que había sido asolada mientras la ciudad estaba controlada por las fuerzas norteamericanas. “Iba prevenido por mis colegas, claro, pero lo que averigüé y lo que vi, vale la pena advertirlo, me produjo insomnio durante las noches siguientes”.
La Biblioteca Nacional que todavía está en pie, un edificio de tres pisos de 10.240 metros cuadrados, había sufrido dos ataques y dos saqueos. El peor de todos se produjo el 10 de abril, cuando una multitud de niños, mujeres, jóvenes y ancianos se hizo con todo lo que pudo, “de un modo selectivo, como si hubiera ido de compras.

El primer grupo de saqueadores sabía dónde estaban los manuscritos más importantes y se apresuró a tomarlos. Otros saqueadores, hambrientos y resentidos con el régimen depuesto, llegaron después y provocaron el desastre posterior. La muchedumbre corría por todos los lados con los libros más valiosos. [....] Los saqueos se repitieron una semana más tarde y, sin mediar palabra, un grupo llegó en autobuses de color azul, el 13, y alentado por la pasividad de los militares roció con algun combustible los anaqueles y les prendió fuego. Es obvio que se hicieron también piras con libros para encenderlos. [...] En el tercer piso, donde estaban los archivos microfilmados, no quedó nada. El calor fue tan intenso que dañó el suelo de mármol [...] En el mismo ataque fue destruido el Archivo Nacional de Iraq: despararecieron 10 millones de documentos, incluso algunos del periodo otomano, como los registros y decretos. [...] Concluido el desastroso pillaje, no había literalmente nada que hacer. El secretario de Defensa de Estados Unidos comentó que ‘la gente es libre de cometer fechorías y eso no se puede impedir’. El anterior director de la biblioteca se lamentó con nostalgia: ‘No recuerdo semejante barbaridad desde los tiempos de los mongoles’”.

El balance es aterrador pues se quemó un millón de libros, a pesar de que se salvaron numerosos volúmenes al trasladarlos a lugares secretos, pero desaparecieron para siempre ediciones antiguas de Las mil y una noches, los tratados matemáticos de Omar Khayyam, los tratados filosóficos de Avicena (en particular su canon), Averroes, Al Kindi y Al Farabi, lascartas del Sharif Husayn de La Meca... “En las calles –explica Báez– pueden conseguirse volúmenes de la Biblioteca Nacional a precios irrisorios. Los viernes, en la feria de la calle Al-Mutanabbi, estas obras salen a la venta”.